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La construcción del chivo expiatorio JOSEP RAMONEDA

Josep Ramoneda

"Hemos conseguido todos, absolutamente todos, nuestros objetivos": el afectado entusiasmo con el que Josep López de Lerma presentó el acuerdo entre el PP y CIU para enmendar el proyecto de Ley de Extranjería fue todo un síntoma. López de Lerma, excelente diputado, sabe perfectamente que en una negociación nunca se consigue todo, y menos teniendo todo un gobierno delante. Es obvio que al entrar en la negociación de las enmiendas que el PP planteó a instancias de los ministerios del Interior, de Economía y de Asuntos Exteriores, CiU estaba admitiendo un recorte de la ley en la dirección autoritaria y restrictiva de los derechos de los inmigrantes. Jordi Pujol no tenía ninguna duda de ello: en vez de cantar las excelencias de la nueva ley se puso a señalar a los que la criticaban y a buscar cobertura en supuestas opiniones de dirigentes socialistas. Que la ley Corcuera era peor no me cabe ninguna duda: ¿Cómo podía ser una ley de inmigración planteada por un ministro como Corcuera sino de corte fundamentalmente represivo y restrictivo?Porque el núcleo de la cuestión está en este punto: siempre que se afronta el problema de la inmigración se hace en términos de problema y no de solución. Se piensa más en cómo poner barreras y reforzar fronteras que en asumir la realidad de un tránsito de trabajadores fruto de las enormes desigualdades en el desarrollo. Un tránsito que seguirá existiendo por más precauciones que se tomen, con lo cual las barreras no hacen sino aumentar el poder y el negocio de las mafias que explotan a estos hombres desesperados dispuestos a lo que sea para sobrevivir.

En realidad, todo ocurre dentro de la lógica de la globalización. Lo global y lo local: se abren cada vez más las fronteras para que los privilegiados puedan dar cuantas vueltas al mundo sean necesarias, ya sean reales o virtuales, al tiempo que se refuerzan poderes locales para regular, según las conveniencias del primer mundo, la circulación de los que se ven obligados a moverse no por gusto o por una decisión libre, sino por pura razón de supervivencia. Zygmunt Bauman tiene razón: la única cosa que pueden hacer los gobiernos para satisfacer la confianza de los inversores es comportarse "como excelentes comisarios de policía". El Gobierno español utiliza la cumbre comunitaria de Tempere para defender algunas restricciones. En realidad, es un argumento abusivo porque más allá de establecer criterios generales allí no se concretaron grandes cuestiones. Pero es verdad que la idea de una Europa fortaleza, con sus fronteras periféricas bien guardadas, forma parte del espíritu que anima propuestas como la del espacio judicial europeo, complemento del espacio policial europeo. La propia Europa, sin embargo, es testigo de lo absurdo que es poner puertas al campo. En el mismo momento que en el Senado se recortaba la Ley de Extranjería, en Helsinki se estaba tratando la futura incorporación de Turquía a la Unión Europea. Se cortan los flujos de inmigración por un lado y se abren por otra. A fin de cuentas, el carácter contradictorio del hacer humano es lo que nos acaba salvando.

En cualquier caso, la Ley de Extranjería consagra la desigualdad de derechos entre nacionales y extranjeros, lo cual, desde posiciones que defienden el carácter universal de los derechos humanos, resulta por lo menos problemático y consagra este vaivén permanente entre global y local que caracteriza estos tiempos. Es verdad que la inmigración es problema enormemente delicado. En algunos países vecinos, la presencia de trabajadores inmigrados (en porcentajes 9 o 10 veces mayores que los de España) ha sido pretexto para el desarrollo de movimientos xenófobos y fascistoides. Pero poner trabas a los inmigrantes con el argumento de impedir que crezca la xenofobia es como conceder al Frente Nacional de Le Pen capacidad de chantaje sobre España como indicador de lo que podría ocurrir en el futuro.

El rechazo al otro está muy arraigado en los modos y maneras de hacer de la humanidad. Siempre se ha buscado un chivo expiatorio al que cargar las desgracias, y éste siempre acostumbra a ser el forastero y, a menudo, el más débil. Ciertamente, es obligación de los poderes públicos defender a la sociedad de sus propios demonios. Pero poner obstáculos a los inmigrantes para evitar los conflictos es convertirle en causa del problema y, por tanto, señalarle ya como chivo expiatorio. Es verdad que en nombre de los principios se ha hecho mucha demagogia, pero si realmente nuestras sociedades democráticas se basan en el carácter universal del principio de igualdad de derechos de todos los hombres, hay que demostrarlo.

Por lo demás, bajando a la política cotidiana, la peripecia parlamentaria de la Ley de Extranjería confirma dos cosas. Primera, que el Gobierno, al empinarse la legislatura, al llegar a la hora de la verdad de pasar el examen final, abandona sus veleidades centristas y enseña su cara más amarga. Si con la Ley de Extranjería ha querido demostrar que lo que Aznar ha llamado "los debates de progres" no van con él, al optar por el nacionalismo agresivo ante la nueva situación vasca cierra las vías de entendimiento con el nacionalismo moderado. La derecha, en el momento decisivo, opta por aparecer tal como es, sin los melifluos ropajes centristas. Todo sea por la transparencia.

Segunda, la situación ha cambiado en Cataluña y, sin embargo, el presidente Pujol, quizá porque no ha querido darse por enterado, sigue pegado al PP. Había una mayoría alternativa para aprobar en el Congreso la Ley de Extranjería que tanto había defendido Convergència i Unió. ¿Por qué cede? Y ¿por qué el mismo día que cede en este terreno, se pone a defender al ministro Arias- Salgado en la cuestión de los aeropuertos, como si tuviera prisa en anticipar su negativa a una posible reprobación? Puede que la explicación esté en un simple intercambio de cromos: ley de inmigración por debate audiovisual, por ejemplo. O puede que haya que cargarlo en el eufemismo mejor vendido de la política española: la estabilidad. Simplemente quiere decir hoy el PP, mañana el PSOE, pero Convergència i Unió siempre estará allí para lo que haga falta. Es el poder convergente: la ilusión del lobby en Madrid.

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SILVIA ALCOBA

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