Historias sexuales
La habitación azulDe David Hare, en traducción de J.J. Arteche. Intérpretes, Amparo Larrañaga, José Coronado. Iluminación, Kiko Gutiérrez. Vestuario, Patricia Hitos. Escenografía, Jon Berrondo. Coreografía, Alan Ruiz de Villalobos. Dirección, Mario Gas.
Teatro Olympia. Valencia, 3 de diciembre.
Basada en La ronda, del vienés del fin de siglo pasado Arthur Schnitzler, La habitación azul adolece de una muy tímida adaptación, en la que se modernizan algunos aspectos menores, como el vestuario o las músicas o algunos giros coloquiales de lenguaje, pero que no pone al día lo que el austríaco contemporáneo de Freud trataba de decir con esa ronda de asuntos amorosos donde los sucesivos encuentros se producen de dos en dos para seguir a uno de ellos hasta su encuentro con otro.En Schnitzler, del que quedará para siempre la versión cinematográfica rodada por el realizador Max Ophuls, se trataba de una especie de protocolo de las costumbres sexuales de la época en que vivió, algo así como un repertorio que quería incluir buen número de las situaciones posibles, socialmente relevantes, en una relación de ese tipo, casi totalmente aislada de otras clases de referencias.
Por abajo de eso estaba una intención apenas intuida, casi una broma, relacionada con el contagio sucesivo de la enfermedad venérea, y fue eso, junto a cierta crudeza expositiva para el momento en que apareció en escena (hablar de sexo y sólo de eso) lo que escandalizó en su tiempo.
Gesto y dicción
Poco de todo aquello queda en esta versión, donde la rueda erótica es reiterada y aburrida, con el único interés de que el macho rara vez queda en buen lugar. No es que el montaje trate de escandalizar sin conseguirlo (es, por otra parte, de un pudor sorprendente en relación con el asunto que trata), sino que la reproducción casi tal cual de esos encuentros sexuales parece bastante alejada de las costumbres de ahora mismo, con lo que parece que estamos viendo algo muy antiguo envuelto en un celofán moderno.
La dirección de Mario Gas brilla en las transiciones entre escenas y poco más (quizás se trate de una obra de encargo), José Coronado tiende a atropellarse en gesto y dicción y Amparo Larragaña tampoco es mucho más versátil. Supongo que el morbo debe estar en otra parte.
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