Terapia biográfica para hombres que pegan
Una docena de maridos maltratadores busca ayuda en un servicio público de reinserción
La violencia que los hombres descargan sobre sus mujeres se enraíza, en la mayoría de los casos, en una niñez desestructurada, convulsa y marcada por los malos tratos, el alcoholismo de sus progenitores, un abandono conyugal o la pura y simple desatención. La docena de hombres con antecedentes de violencia doméstica que acude al Servicio de Atención a Hombres Maltratadores (SAHM), que el Instituto de Reinserción Social (Ires) ha puesto en marcha en Girona, comparten esta infancia problemática y sin referentes. Todos ellos siguen voluntariamente una terapia para evitar ser maltratadores.Mediante una conversación semanal, un psicólogo inicia su terapia intentando hacer aflorar de la biografía de los maridos violentos la semilla de su agresividad. "Reconocer sus orígenes constituye el primer paso para saber lo que les está pasando. A menudo son el resultado de lo que han mamado", asegura el psicólogo Antoni Vives, responsable de este programa.
La terapia incide también en el control de la ira y en el desarrollo de su capacidad comunicativa, además de intentar el objetivo de reconstruir los papeles de la dinámica familiar y social. "A menudo, los maridos se van de casa cuando ven que están a punto de agredir a sus mujeres; nosotros intentamos darles recursos para superar estas crisis", asegura Vives.
El tópico de la pobreza
Desmintiendo el tópico de que estas conductas sólo se desarrollan en el caldo de cultivo de la incultura y la pobreza, el SAHM atiende a hombres de muy variado nivel cultural, desde licenciados hasta peones de la construcción.
Los 12 hombres que empezaron la terapia el mes de marzo, sufragada por el Gobierno de la Generalitat, tienen un trabajo estable. Algunos son plenamente conscientes de su desequilibrio, mientras que otros se han visto forzados a acudir al centro a causa de la amenaza de abandono de sus mujeres. Sus historias, muy dispares, se trenzan con el mismo hilo del desafecto infantil.
El paciente A, trabajador por cuenta propia, de 28 años, vivió la traumática separación de sus padres a una corta edad y sufrió después la adicción a la droga dura de su madre. Inseguro y avergonzado por la ruptura matrimonial, suplió su ansia de referentes fuera de la familia: se metió, siendo un adolescente, en un grupo neonazi.
En el seno de este grupo fue donde aprendió a manejarse en una escala de poder gobernada por el uso de la violencia y la agresividad. Ahora, con hijos de varias parejas, tiene dificultades para controlar sus impulsos irascibles.
El paciente B es un inmigrante de origen magrebí que se casó por correo, sin conocer a su mujer. Lo han derivado al centro los servicios sociales porque desea que su esposa, a la que agredía, regrese a casa. Llegó a amenazarla con secuestrar al hijo de ambos. Su caso plantea las dificultades culturales de la sumisión femenina, aceptada en su tierra generación tras generación. "Hay que cambiar su escala de valores y hacerle ver que el Corán no habla de agredir a las mujeres", explica su psicólogo.
Rivalidad profesional
Las disputas del paciente C, un licenciado universitario que pasa de la cuarentena, se originan por la rivalidad profesional y económica con su mujer. El problema se remonta hasta hace unos 20 años, pero sólo cuando las coacciones y los chantajes a que se sometía la pareja han conducido finalmente a una agresión física han sido cuando ambos han acabado por reconocer su problema y buscar ayuda psicológica.
La mujer nació en el seno de una familia protectora y adinerada. El marido, en cambio, fue el hijo mayor de una familia numerosa y modesta que le presionó, siendo aún muy joven, para abandonar el domicilio familiar para ganarse su propio sustento. Las agresiones verbales entre sus padres eran frecuentes. El matrimonio, que tiene varios hijos, no quiere separarse, y ambos acuden a la terapia para encarrilar una situación que ya se les escapa de las manos.
El paciente D, adicto al alcohol, tiene la intención de romper con una larga racha de 25 años de malos tratos, que han llegado a ser aceptados por su mujer incluso con cierta normalidad. Sus agresiones se suceden de manera cíclica y discurren de forma paralela a las borracheras. La actitud de la esposa se limita a esperar estoicamente un nuevo periodo de abstinencia.
Estas terapias de apoyo a los hombres maltratadores, según los psicólogos del Ires, no hacen milagros, pero constituyen una vía directa para sofocar la violencia conyugal. Y más si se tiene en cuenta que la mitad de las mujeres agredidas no quiere o no puede romper con el hombre con el que conviven.
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