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Crítica:DANZA - 'DESPUÉS DE CARMEN'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

¿Carmen o Carmelo?

En los escenarios españoles ahora llueven Cármenes. Pasó en el verano con Giselle. Son épocas de crisis argumentales y de repertorio más que de modas. Calidades aparte, no es del todo justo titular con Carmen esta obra, pues lejos está en libreto y desarrollo del clásico que en tantas y múltiples variantes andan en activo por el mundo del la danza: este mes, el Ballet Nacional de España estrena la de José Antonio con Aída Gómez, Alessandra Ferri baila esta semana en Palermo la versión de Alberto Alonso, Ramón Oller prepara su particular visión para el 2000... Todas valen, pero en todas Carmen está viva. En la de Márquez, desde la primera escena, es una estantigua. Su primera aparición es en forma de fiambre insepulto. Y hay otra mujer compartiendo amores, ésta sí viva, y por ningún lado aparece don José. Sin embargo, el torero se vuelve omnipresencia, de ahí que el ballet podría titularse de otro modo: ésta no es la tragedia de la cigarrera sevillana, sino del torero y sus bajas pasiones.Rutinario

Después de Carmen

..Compañía Antonio Márquez. Antonio Márquez, Nuria Leiva y Goyo Montero/George Bizet, Faustino Núñez y Rafael Montilla. Escenografía: Gerardo Trotty. Vestuario: Eva Leiva y González. Luces: Dominique You. Movimiento flamenco: Javier La Torre y Antonio Márquez; vestuario: Teodomiro y A. Márquez; luces: José Osuna. Música original: R. Montilla, F. Moreno, M. Losada y J. M. Uriarte. Teatro de Madrid. 3 de diciembre.

Antonio Márquez sigue siendo un excelente bailarín, domina la escena con su poder de seducción, su arrojo y hasta su exceso, del que ha hecho estilo individual. Metido en el torero, se ve escoltado por dos excelentes bailarinas, hermosas mujeres además, que dan réplica de altura: Virginia Domínguez como el espectro de Carmen y Cristina Casanova como Ella. La coreografía no da demasiado juego, se queda en lo estrictamente rutinario, correcto para el lucimiento solista. También destaca la madurez alcanzada ya por el joven Fernando Solano en el papel del señorito. La escenografía es sencilla y útil, con ingeniosos cambios que facilitan las escenas (coso, taberna, exterior de la plaza de toros) y el vestuario, colorista, acusa una realización esmerada. Otra cosa es la mezcla de sonidos, los trozos de Bizet no acaban de empastarse con las partes de flamenco actual.

En la segunda parte del espectáculo, sin embargo, todo fue más redondo: un atinado cuadro de bailes flamencos muy bien encadenados, bailados con garra y brío. Márquez, tenso como un mimbre, virtuoso, bordó romeras (sus giros han ganado en centro y musicalidad); los chicos se esmeraron en coordinada farruca, las muchachas manejaron con donaire las inmensas batas de cola; las alegrías levantaron entusiasmo.

La Torre y Márquez han encontrado un tono muy eficaz de mostrar estos palos, sin repeticiones, con nueva geometría y sentido del cuerpo de baile. El público no llenaba el teatro (es puente estos días en Madrid), pero el que estaba, les arropó con calurosos aplausos.

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