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Fin del mundo en Gran Vía

Juan José Millás

Según el concejal de Atascos, un genio llamado Martínez-Vidal, la razón de que no se cierre el centro de Madrid al tráfico durante las navidades es que "al alcalde no le gusta prohibir cosas". Ahora comprende uno por qué en esta ciudad está todo patas arriba: tenemos un regidor pusilánime. Sin duda, sabe que lo sensato sería potenciar el transporte público y convencer a los ciudadanos de que no se presenten en la Puerta del Sol con el Land Rover familiar en unas fechas tan señaladas; él lo sabe, porque tonto no es, pero le repugna prohibir, va en contra de su naturaleza, pese a proceder de donde procede, montañas nevadas, y dirigirse a donde se dirige, banderas al viento.De súbito se nos ha convertido en un joven del 68, en un converso. El único eslogan que comprende es el de "prohibido prohibir". No es que no se haga cargo, pues, del disparate acústico del aeropuerto, pero quién es él para decir a los aviones lo que tienen o no tienen que hacer. Ama la libertad, incluso el libertinaje, y no cabe en su cabeza oponerse a los deseos de los hombres o las máquinas.

Estamos llenos de estatuas, de túneles, de atascos, de chirimbolos, de zanjas, de basura, porque no se atreve a llamar la atención a nadie. Ve a unos locos haciendo un agujero para comunicar la plaza de Cristo Rey con la Quinta Avenida, y aunque la sindéresis le dice que eso no está bien, la ideología le impide poner orden. Qué manía tenemos los ciudadanos con el orden, qué autoritarios le hemos salido al pobre.

Ahora hemos comprendido al fin por qué en esta ciudad se circula a diez por hora, por qué Serrano, Velázquez, María de Molina, la M-30, la 40, da lo mismo, se han convertido este otoño en auténticas ratoneras no aptas para claustrofóbicos.

En algunos momentos habíamos pensado que el alcalde se resistía a regular un poco el uso del transporte privado para no perjudicar a la industria automovilística, que se está poniendo las botas. Pero no era por una cuestión económica, sino ideológica. Prohibir va en contra de sus principios, es pecado, quizá pecado mortal. Imagínese usted que hoy prohíbe el tráfico en la Puerta del Sol y esta noche se muere. Pues va al infierno de cabeza. No me irá usted a decir que es más importante la salud mental del contribuyente que la salvación del alcalde, etcétera.

Ahora bien, como tampoco es un hombre completamente alejado de la realidad y sabe que la política, incluso la política municipal, es el arte de lo posible, él va a hacer lo posible para que las navidades sean un caos, pero sin prohibir nada, hasta ahí podríamos llegar. El plan de choque (nunca mejor dicho) del Ayuntamiento para estas fechas tan señaladas consiste en desviar de su camino a los automovilistas que pretendan ir a Ópera cuando lleguen, pongamos por caso, a la Puerta del Sol.

-Se tiene usted que dar la vuelta- le dirá un policía muy amable en medio del atasco monumental.

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-Pero si yo voy a Ópera.

-De eso se trata, de que no llegue nadie a donde tiene que ir.

-¿Y por qué?

-Porque al alcalde le repugna prohibir el tráfico.

En vez de prohibirlo, pues, va a obligarle a dar vueltas. De súbito veremos en Príncipe de Vergara a conductores atónitos cuyo destino era la Gran Vía. Pero no hay que preocuparse porque también en Príncipe de Vergara encontrará uno guardias enloquecidos que le obligarán a torcer a la izquierda.

-Pero si por esta calle no voy a ningún sitio, agente.

-De eso se trata, de no llegar a ningún sitio, pero sin prohibir nada. Al alcalde le repugna prohibir.

De modo que, saliendo de Canillejas, pongamos por caso, en dirección a la Puerta de Alcalá puede usted acabar esa tarde en Valladolid. Pero en Valladolid también hay tiendas. Qué manía tenemos con comprarlo todo en Madrid. Seguro que si estuviera prohibido comprar en Valencia iríamos como locos a Valencia. En el fondo, nos encanta lo prohibido. Por eso no soportamos a Álvarez del Manzano, el tolerante, porque nos deja hacer. Él es más partidario de que la gente se responsabilice sin necesidad de establecer ninguna clase de normas. Es un anarquista.

Pues no, no es un anarquista. Es un sujeto empeñado en organizar el fin del mundo a cualquier precio en el centro de Madrid. Y no porque esté vendido a la industria automovilística, ni a los carburantes ni a los talleres de chapa y pintura, no, es porque le pasó algo de pequeño, pero no sabemos qué.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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