El puente de los demonios
MANUEL PERIS
Ése es el nombre con que le han bautizado los vecinos desde que la pasada semana instalaron en sus cuatro extremos otras tantas figuras aladas de aspecto poco dudoso. A escasos metros del discreto puente del Ángel Custodio, el Gulliver ha quedado ahora encajonado entre estos dos mitos de padre y muy señor mío.
Estos diablos, que tanto disgustan a algunos mayores, sin embargo entusiasman a los niños, a cuya vista aparecen como un espectáculo previo al placer de deslizarse por las rampas del gigante, a fin de cuentas, otro ángel caído. Para ellos, las imágenes luciferinas son personajes directamente salidos de Gargoyles, la serie de dibujos del mediodía en TVE-2, en la que las gárgolas cobran vida; como los monstruos en cualquiera de sus juegos de Warhammer y sus ejércitos, nuestros soldaditos treinta años después. En ellos, hay demonios malos, pero también demonios buenos, que en eso consiste uno de los alicientes de todo juego, en subvertir lo establecido. Como hacen escritores y filósofos, véase sino La rebelión de los ángeles, de Anatole France.
Es un hecho que el nuevo puente ha sido auspiciado y pagado por los promotores de la construcción en la avenida de Francia en concepto de "carga urbanística". Su concepción fue supervisada por el Ayuntamiento y la alcaldesa, Rita Barberá. Aunque no está claro si tiene algo que ver la religiosidad pagana de esta obra pública con la circunstancia de que haya sido fruto de la iniciativa privada.
Al margen de estas bestias de bronce, los autores de la obra dicen inspirarse (¡setenta años después!) en el puente decó de la avenida de Aragón, a cuyas farolas, mal copiadas, le han añadido un cuarto brazo por candelabro, rompiendo su perspectiva.
En cualquier caso, mucho tendrán que controlar los vecinos la desmedida afición que le está cogiendo Rita Barberá a tender puentes sobre el jardín del Turia. De seguir al ritmo actual, puede acabar haciendo realidad el viejo sueño del penúltimo consistorio franquista y convertir el cauce en una autopista, a base de tapar el jardín con tableros de cemento para el tráfico rodado, de forma que al final las únicas plantas con posibilidad de crecimiento en el parque serían los champiñones. Por no hablar de ese insulto a la ingeniería, construido -dijeron- para aliviar el tráfico mientras Calatrava levantaba su airosa peineta, que es el llamado "pontón provisional". Cinco años después, ahí sigue ese puentucho aterrando el jardín y aterrorizando a la vista como muro de la desvergüenza municipal y de las lamentaciones urbanísticas de los ciudadanos.
Para el conjunto de la ciudad la apertura del nuevo puente es el comienzo de la primera vía, aparentemente directa, desde el borde del centro histórico y desde el ensanche hasta el viejo puerto, con o sin Balcón al Mar; ya veremos. La obra ha supuesto a la vez la urbanización en continuo del último tramo de la avenida del Regne y, también, la señalización de unos pasos de peatones para cruzar al jardín del Turia por el acceso del Gulliver sin jugarse el tipo más de la cuenta.
No está mal. Al final tienen razón los niños y los filósofos y sí que existen los demonios buenos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.