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Crítica:CLÁSICA - LORIN MAAZEL Y LA PHILHARMONIA DE LONDRES
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una fiesta musical

Con asistencia de la Reina, acompañada de la princesa Irene, se celebró en el Auditorio el anunciado Concierto de Navidad, que cada año patrocina GlaxoWelcome a beneficio de la obra Mundo en Armonía. En el estrado, una primerísima orquesta británica, la Philharmonia, creada en 1945, y a su frente, Lorin Maazel, una de las más importantes batutas europeas de la segunda mitad de siglo.No había en el programa obra alusiva a la todavía algo lejana Navidad, pero sí se celebraba con gran tono una fiesta musical apoyada en dos partituras punteras del sinfonismo: La séptima sinfonía, en la, de Beethoven, y la Novena, de Dvorak, denominada del Nuevo Mundo por aparecer en ella algunos temas tradicionales americanos.

Mundo en Armonía

Concierto de Navidad, patrocinado por GlaxoWelcome. Obras de Beethoven y Dvorak. Auditorio Nacional de Madrid, 2 de diciembre.

En la primera obra, Beethoven nos dejó muestra perdurable de su fuerza dramática, su energética rítmica y su sensacional construcción sostenida por los procesos dinámicos internos en sus creciendo y disminuyendo.

En la segunda, estrenada por la Filarmónica de Nueva York en diciembre de 1893, bajo la dirección de Anton Seidl (Budapest, 1850-Nueva York, 1898), el compositor checo construye un gran cuadro de amplias formas, incisiva expresividad, vivo colorido y sensible empleo del material popular americano impostado en la radicalidad de la tierra natal de Dvorak. Después de un siglo largo, la sinfonía se mantiene viva en el repertorio y el gusto del gran público.

Lorin Maazel es un maestro enormemente vital, a la vez que encuentra en cada caso la más idónea y hermosa sonoridad. Así, en Beethoven, desde la excelente introducción hasta el vendaval -casi huracanado esta vez- del allegro final; desde otro ideal sonoro y con distinta carga poética sonaron los cuatro movimientos de Dvorak, cruzados de melodías espirituales, aires de danza y evocaciones paisajistas.

Como un pintor detallista y contando con la magnífica paleta de la Philharmonia londinense, Maazel hizo llegar a todos el doble mensaje en una ejemplar lección que sumaba a un expresivismo sin exceso un análisis minucioso capaz de explicar en su globalidad y en sus detalles todos y cada uno de los rincones musicales.

Decir algo de la precisión, flexibilidad, ligado, capacidad cantable, potencia y virtuosismo de los filarmónicos sería insistir sobre valores contrastados y sobradamente conocidos.

El éxito fue total, y ante los prolongados aplausos se hizo necesaria una propina en la que volvió Dvorak en su más melancólica y nostálgica Danza eslava.

En Madrid asistimos cada semana a bastantes conciertos sinfónicos y nos visitan muy grandes orquestas; sin embargo, aprovechar la presencia de una formación como la Philharmonia dirigida por Maazel otorga evidente novedad a la repetición de obras clave del repertorio. Es el caso de La séptima, de Beethoven, y La novena, de Dvorak.

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