Calígula quiere la Luna
Es cierto que se ha perdido una ocasión. La de que el PNV (y EA) hagan comprender a ETA que no basta desear algo intensamente para que los demás tengan la obligación de satisfacer ese deseo. Han hecho lo contrario. Renunciar a defender su propio punto de vista. Ayer, los socios de Lizarra discutían qué más podían ofrecer a los cinco encapuchados que se imaginan encarnar al pueblo vasco para que desistan de disparar. El lehendakari, entretanto, convocaba una concentración de cinco minutos. En abril, Lizarra convocó un paro de una hora y una manifestación en protesta por las detenciones de Kantauri y el comando Donosti. Pero que ahora se haya sumado HB es una novedad que demuestra que no todo es igual que antes de la tregua. Seguramente están divididos, y la duda es si mantendrán la movilización convocada para el sábado en apoyo al planteamiento etarra de que el proceso es de "construcción nacional" y no de "paz sin contenidos".La idea genial de que para convencer a los terroristas había que darles la razón fue aplicada con exceso de celo después de la tregua. Lo más grave no fue la firma, sino lo que han hecho en estos 14 meses. Se dijo que la concesión de eliminar toda referencia al Estatuto había sido necesaria para que ETA aceptase ponerse en tregua; en el bien entendido de que una vez desaparecidos los tiros ya habría ocasión de hacerles entrar en razón. La imagen de la pista de aterrizaje respondía a esa idea. Lo inaudito ha sido que después el PNV ha emprendido una alocada huida hacia el soberanismo, quemando en un año noventa de evolución política desde el primitivismo aranista hasta el reconocimiento del pluralismo que se plasma en el autonomismo. El abandono, sin debate, de la democracia cristiana, la aceptación del planteamiento irredentista y panvasquista, la legitimación retrospectiva de ETA por la insuficiencia del Estatuto de Gernika y el discurso antiespañol de los más tontos de entre ellos son las ofrendas sacrificadas ante el ámbito encapuchado de decisión: por ver si se calmaban. Pero las facilidades les han hecho insaciables. Ya no les basta con condicionar al poder; quieren la luna. Como Calígula.
Alfredo Tamayo Ayestarán es un jesuita y profesor universitario vasco. Acaba de publicar un libro (Nacionalismo, psicoanálisis y humanismo. R&B Ediciones. Bilbao. 1999) en el que analiza, partiendo de los estudios de Erich Fromm, la relación entre el narcisismo, individual y colectivo, y la ideología nacionalista. El narcisista patológico se caracteriza por su extremada insensibilidad ante los problemas y sufrimientos de los demás, por su "incapacidad para ponerse en el lugar del otro". El Calígula de Camus sería el paradigma de ese delirio "de identificación con la divinidad" de sujetos que se consideran "dueños de la vida y de la muerte". En el caso del País Vasco, un síntoma del narcisismo tribal del nacionalismo es, además de la "idolización de la nación vasca", la "pérdida de juicio racional y del sentido de la realidad" de personas "necrófilas cargadas de agresividad y de odio".
Delirio letal: en junio de 1993 ETA asesinó a seis militares y un civil como represalia, según explicaría en comunicado posterior, por la falta de respuesta del Gobierno a una misiva suya sobre una eventual negociación.
Recientemente se ha publicado en el Reino Unido una autobiografía de John Major. El ex primer ministro recuerda cómo una tarde de febrero de 1993 le transmitieron un mensaje "del liderazgo de los provisionales (IRA y Sinn Fein)". Decía: "El conflicto ha terminado pero necesitamos vuestro consejo sobre cómo llevarlo a su conclusión". Es cierto que en otros aspectos pueden establecerse paralelismos. Pero la principal diferencia entre Irlanda y Euskadi es que el IRA ya había decidido dejarlo, y ETA, no. Su comunicado último no deja ninguna duda al respecto. A pesar de todo, es cierto que la tregua ofrecía una oportunidad. Pero para hacer ver a ETA que no puede haber solución democrática que implique dejar fuera a la mitad de la población. Se le ha hecho entender lo contrario. En el reverso del papel que enseñaron los encapuchados, el PNV había añadido, según explicó Arzalluz, una cláusula precisando que la aplicación del acuerdo se haría "de común acuerdo
[entre] los nacionalistas". Pero lo democrático habría sido decir: "sin excluir a la mitad no nacionalista": contando con los unionistas.
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