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Universo

Rosa Montero

Hace un par de meses, unos físicos afirmaron que el universo es infinito y que se seguirá expandiendo eternamente; hace unos días, otros científicos declararon que el universo es plano. Estamos en los umbrales de descubrimientos formidables; cartografiado ya de arriba abajo el pequeño planeta en que vivimos, ahora intentamos dibujar los mapas de los misterios básicos, desde lo más minúsculo a lo más grande, desde el genoma humano a la helada vastedad intergaláctica.De modo que vivimos en un cosmos plano, tan eterno e infinito como la idea de Dios. Podemos imaginarnos en una esquinita de esa enormidad, ínfimos microbios pataleantes, briznas de la nada. Desde esta perspectiva, resulta aún más ridículo nuestro afán de dividir con múltiples fronteras esta mota de polvo que es la Tierra; convertidos en patéticos señores de lo nimio, bombardeamos países, elaboramos leyes contra los inmigrantes, destripamos vecinos. Un ejemplo máximo de esta necedad son los etarras, esas basurillas siderales que se creen con derecho a asesinar. Qué paradójicos somos los humanos: nos atrevemos a estudiar la realidad ilimitada del universo, pero somos incapaces de vivir en una pizca de terreno sin ponerle límites, sin levantar barreras nacionales que se riegan con sangre.

La falta de libertad en la circulación de las personas fue uno de los argumentos que hace años se esgrimieron, con toda razón, contra el totalitarismo soviético. Ahora los países industrializados estamos imponiendo esa misma falta de libertad a los que no han nacido dentro de nuestros confines. Pomposos microbios cósmicos ordenando la vida a otros microbios. Aznar, bacilo bigotudo, desdeñando como progres las críticas a la Ley de Extranjería. O, lo que es aún peor, esos vecinos de Tarifa que han sido multados con 250.000 pesetas por acoger en su casa a un marroquí indocumentado. Ellos tan sólo dieron de comer al hambriento y de beber al sediento; pero se trataba de un microbio de allende las fronteras, y eso le colocaba más allá de todo derecho e incluso de los mandatos de la Biblia. A los humanos, por desgracia, no nos cabe el universo en la cabeza.

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