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Historia y vida

SEGUNDO BRU

Puede que veinte años no sean nada en el tango, pero para quienes nos sentábamos en el aula 112 de la Facultad de Ciencias Económicas de Barcelona el pasado viernes, asistiendo a la despedida docente que el profesor Jordi Nadal dedicaba a sus antiguos alumnos, los más de treinta años transcurridos desde que nos impartió la última clase de historia económica no habían pasado -resultaba más que evidente- en vano. Y no me refiero, por desdicha, a que en aquellos pupitres se sentaban protagonistas de la reciente historia española, catalana y valenciana sino a los inclementes estragos físicos, bastante más acusados que las simples nieves del tiempo blanqueando sienes poéticamente.

Eligió precisamente el profesor Nadal para comenzar su lección, invirtiendo el conocido aforismo, interrogarse sobre si la vida podía ser maestra de la historia. O, en otras palabras, si el presente puede -o debe- servirnos de guía en nuestra investigación del pasado, recurso metodológico conocido como el presentismo que procedió a destrozar contundentemente a lo largo de su exposición. Es siempre el pasado el que nos puede explicar el presente y de nada sirve -incluso puede convertir en estéril el oficio de historiador- pretender lo contrario, partir de una realidad concreta y puesto que esta es así establecer que para ello las cosas han debido ser de una determinada manera que nos ha conducido indefectiblemente a donde estamos.

Tomemos el reiterado latiguillo tan utilizado por Aznar y los populares, la afirmación de que "España va bien". A partir de constatar que innegablemente nuestro nivel de vida es muy superior al de nuestros antepasados y de que aparentemente vamos convergiendo con Europa, reduciendo las distancias que nos separaban de los restantes países, es fácil caer en la tentación de interpretar nuestro pasado en esta clave y pretender que, puesto que estamos bien ahora tampoco hemos debido estar tan mal antes y que si en algunos periodos nos hemos separado en el proceso de desarrollo de nuestro entorno ha sido por la nefasta política comercial adoptada, por el proteccionismo, o por la inadecuada política monetaria, sin las cuales hubiésemos evolucionado al paso europeo. Así, el fracaso de la revolución industrial española ha sido calificado como un mito por algún historiador. O, desde otra perspectiva, se intenta explicar que en definitiva España no es tan diferente ahora porque nunca lo ha sido, que somos un país europeo bastante normal. Claro que uno tiene dificultades para entender qué tiene de normal un país que sufre cuatro guerras civiles en un siglo. El propio Vicens Vives, maestro de Nadal, nunca utilizó el término Guerra Civil, con mayúsculas, para referirse a la última y más sangrienta, prefería hablar de la "guerra de los tres años". Y en cuanto a la pretendida convergencia una cosa es lo que digan los indicadores coyunturales de tipos de interés, inflación o déficit y otra muy distinta es que si comparamos las series de cifras del Producto Interior Bruto español con la media ponderada de los mismos datos para Gran Bretaña, Alemania, Francia e Italia lleguemos a la triste e irrefutable conclusión de que estamos exactamente igual que en 1861. Nuestro PIB sigue siendo poco más del setenta por ciento de esta media. O sea que, como Alicia, estamos en un país en el que simplemente para quedarnos como estamos no tenemos que andar sino correr. Así es que menos autosatisfacción.

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