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El Liceo abre su "foyer" a los conciertos El nuevo espacio, para 400 espectadores, se suma a la amplia oferta musical barcelonesa

Un nuevo espacio para la música abrió sus puertas en Barcelona en la noche del pasado viernes: el foyer del Gran Teatro del Liceo, situado bajo la platea y diseñado por el equipo de arquitectos que ha dirigido Ignasi de Solà-Morales. Con capacidad para 400 espectadores, el foyer se suma a la renovada oferta de la ciudad, que en un futuro próximo se verá completada por una nueva sala de cámara en el Palau de la Música y otra en el Auditori, actualmente a medio construir y que se terminará en cuanto el presupuesto lo permita.

El Liceo abrió su nuevo foyer para inaugurar la primera de las dos líneas de espectáculos proyectadas para ese espacio: la de conciertos montados a partir de las óperas que se representan en el teatro, una iniciativa en marcha hace tiempo en varios centros líricos europeos. La segunda línea de programación, bautizada como sesiones golfas y que consistirá en montajes teatrales de pequeño formato, no se iniciará hasta mayo con un recital del tenor Steven Cole, al que seguirá en julio un espectáculo de cabaret a cargo de Christiane Boesiger.Que el Liceo vive en estado de gracia lo demuestra el hecho de que el concierto del pasado viernes, integrado por obras infrecuentes relacionadas geográfica y cronológicamente con una ópera nada popular como es El caso Makropoulos, de Leos Janacek, actualmente en cartel, registró un lleno completo, hasta el punto de que la dirección del teatro ha convocado una sesión extraordinaria con el mismo programa para el próximo viernes.

La sesión estuvo más cargada de buenas intenciones que de aciertos reales. El actor Jaume Creus recitó poemas de Jaroslav Vrchlický, Vladímir Holan, Jaroslav Seifert, Jiri Orten y Jan Skácel intercalados entre las obras musicales: una suite para mano izquierda de Ervin Schulhoff (1894-1942), interpretada por el pianista Lluís Avendaño; el denso Cuarteto de cuerda número 1, de Janacek, limpiamente ejecutado por el cuarteto Castelcorno; y lo que resultó más atractivo de la velada: el ciclo Canciones en una página, de Bohuslav Martinu (1890-1959), y tres de las Melodías gitanas de Antonin Dvorák, cabeza generacional del nacionalismo musical checo, soberbiamente vertidas por la joven mezzosoprano Manuela Krisack, acompañada al piano por Mark Hastings.

Lo más positivo del concierto fue sin duda las sinergias a las que apeló: Krisack incorpora estos días el papel de Krista en El caso Makropoulos, mientras que el cuarteto de cuerda que intervino procede íntegramente de la orquesta liceísta. Una velada, pues, que contribuye a crear ambiente de teatro y a mejorar la calidad musical de sus efectivos: sabido es que no hay disciplina mejor que la camerística para sacar a los profesionales del foso y concederles un gratificador protagonismo. Con todo, el espectáculo necesita algo más de rodaje: el recitado de poemas y la larga introducción a la sesión rompieron un tanto el ritmo. Ya que en el programa se incluían los textos de las canciones, no hubiera estado de más reproducir también los que recitó Jaume Creus. Eso sí, siempre que los organizadores se muestren más generosos con la luz, pues con la que había resultaba imposible leer.

La acústica del espacio es adecuada para este tipo de actuaciones. No así las sillas, si es que ellas son las responsables de los molestos chirridos que se oyeron durante la sesión. Hasta los balcones situados sobre el foyer, que están a nivel de la calle de Sant Pau y que habían sido habilitados para el público, llegaron improcedentemente algunos ruidos del exterior, de los que, sin embargo, no se enteraron varios espectadores consultados que se ubicaron en el nivel inferior. Posiblemente haya que corregir la insonorización para las siguientes convocatorias.

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