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El cuervo blanco

Antonio Elorza

Un cuento vasco de procedencia bíblica narra cómo Dios hizo negro al cuervo, quitándole su blancura, por no haber regresado al arca de Noé. Ahora bien, no tendría mucho sentido que alguien intentase imitar a la divinidad confiriendo de nuevo su color de origen al pajarraco. Si es negro, es negro; si es blanco, blanco. Del cuervo depende.La observación resulta oportuna a la vista de las admoniciones que vienen repitiéndose en el sentido de recomendar un trato cordial y benévolo en relación con la política de Arzalluz y el PNV en los últimos tiempos. La recomendación suele ir unida a la descalificación de quienes mantienen una posición crítica: de un lado estaría la sociedad vasca, especie de monolito pensante, que se conoce a sí misma y sabe lo que quiere, y de otro, los de fuera, que lógicamente nada entienden, debe ser porque hay algo misterioso en el asunto y ETA no ofrece suficientes datos sobre sí misma, y que por lo mismo deberían callar. Según esta versión, el PNV y el Gobierno vasco, personificado al efecto por el actual lehendakari, lo que hacen es llevar al redil democrático a HB -cosa en parte cierta-, eso sí, intentando que los vascos vean realizados sus deseos. Llegados a este punto, entra en juego la interpretación del enigmático y definitorio sus: no está claro si esos deseos son los de ETA-HB (una independencia a corto plazo), de Arzalluz y su PNV (el soberanismo, pórtico para la secesión), de Ibarretxe (no se sabe ni importa demasiado, por desgracia, él se lo está ganando al permitir que Arzalluz ocupe todo el escenario) o del pueblo vasco visto como colectividad real, no imaginaria, que entre tanta confusión deja constancia en las elecciones, amén de un profundo deseo de paz (léase extinción definitiva del terror), de un pluralismo levemente dominado por los nacionalistas, mientras en las encuestas confiesa encontrarse mayoritariamente satisfecho con el estatuto de autonomía. No es fácil, pues, reconducir esa realidad compleja hacia el discurso simplificador del PNV.

Por otra parte, es obvio que para la solución del problema vasco resulta imprescindible la negociación con ETA, con los presos como tema central, así como un deseable acuerdo entre los demócratas no nacionalistas y el PNV. Claro que para esto vendría bien que el PNV fijase sus objetivos políticos en ese más allá del estatuto -sea la atribución del Inem o la formación de una marina de guerra vasca- cuya obtención significaría el fin del inventado "contencioso". Ocurre, sin embargo, que difícilmente cabe escapar al "inmovilismo" si por su lado ETA se niega a toda negociación que no consista en fijar el procedimiento para la rendición sin condiciones del Estado, y por el suyo el PNV lo que quiere es la soberanía, cosa que desde que Bodino la definiera como "poder absoluto y perpetuo de una República", únicamente puede interpretarse como eufemismo para hacer menos dura la exigencia de secesión. Y en la medida que tales pretensiones se encuentran respaldadas por un terrorismo de baja intensidad, perfectamente controlado desde la constelación ETA-EH-HB, con el Gobierno vasco en actitud neutral y los medios nacionalistas dispuestos además a cargar contra las víctimas (caso de Chema Portillo), la situación no deja de ser preocupante. Desde los días del asalto a la librería Lagun, las autoridades nacionalistas se limitan a contemplar cómo el sector radical les dice, mólotov en mano, a los demócratas que su militancia será castigada y que deben elegir entre el silencio o la salida de Euskadi. Haya o no muertos, es algo intolerable.

Entretanto, en la ponencia política "soberanista" para la próxima asamblea del PNV, Arzalluz y Egibar hablan de una Europa con nada menos que 75 naciones independientes, "visión más a tono con los tiempos que la Unión Europea" (sic). Un rompecabezas de luxemburgos. Y HB-ETA sigue con su Euskal Herria unificada, euskaldún y socialista. La Microserbia del golfo de Vizcaya. ¿No vale la pena insistir en la crítica, incluso desde el punto de vista de la construcción nacional vasca?

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