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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Entre dos religiones

LO QUE menos falta le hacía al conflicto árabe-israelí es tener que decir con la Iglesia hemos topado. Y esta vez no una, sino dos. La pretensión musulmana, sospechosamente bien acogida por Israel, de construir una mezquita a un tiro de piedra de la iglesia católica de la Anunciación en Nazaret, donde la tradición dice que el arcángel Gabriel anunció a María que iba a ser la madre de Dios, ha afrentado a la mayoría de las confesiones cristianas de Tierra Santa, que ven en ello tanto una agresión del islam como una maquiavélica jugada del Gobierno israelí para sembrar la discordia entre sus interlocutores. Y cabe decir interlocutores, porque alrededor de un 15% de los palestinos residentes en los territorios ocupados son cristianos.Las iglesias ortodoxa y católica ordenaron el cierre de sus templos el lunes y martes tanto en Israel como en Cisjordania, como protesta por la edificación de la mezquita, desoyendo así la petición del líder palestino, Yasir Arafat, de que los territorios ocupados quedaran exentos del lock out religioso, porque si bien Nazaret está en tierra israelí, Belén, donde nació Jesús, se halla bajo la autoridad autónoma palestina.

El Vaticano, que no busca peleas allí donde no es imprescindible, ha acusado a Israel de querer sembrar la discordia entre cristianos y musulmanes, a lo que el ministro de Exteriores de Jerusalén, hirviendo de santa indignación, ha replicado en la retórica línea de esto no me lo dice usted en la calle, aunque a todas luces confía en que la sangre no llegue al río y el Papa mantenga su viaje a Tierra Santa en marzo del 2000.

El Gobierno de Jerusalén sabe muy bien que, en los años veinte, los primeros enfrentamientos con grave derramamiento de sangre entre judíos y palestinos se debieron al permiso y posterior retracto de las autoridades británicas para la visita por separado de mujeres y hombres al muro de las lamentaciones judío en Jerusalén, lo que obstruía el acceso a los lugares sagrados musulmanes adyacentes. Con el proceso de paz, aunque reanudado con algunas expectativas en el fondo siempre frágil, jugar al aprendiz de brujo dando permisos que no corrían prisa alguna, es, cuando menos, una imprudencia. Pidamos, por ello, que no agraven la situación las maniobras del poder israelí y las siempre prontas intolerancias de cristianos y musulmanes.

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