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Suecia, por ejemplo

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

Se comprende el interés electoral del Gobierno en comparar los resultados económicos actuales con los de la etapa 93-95, pero ello sirve de poco para mejorar la política económica, porque se comparan dos momentos distintos del ciclo. Si lo que se quiere es aprender, es mejor comparar España con países como, por ejemplo, Suecia, donde, como nosotros, están disfrutando de los beneficios de la bajada de los tipos de interés, y de los dividendos de haber hecho también, en la etapa anterior, un fuerte ajuste en la economía. El resultado de esta comparación es que la política española, que consiste en haber forzado la expansión de la demanda interna a base de una fuerte reducción de los impuestos directos, puede mejorar algunos indicadores en el corto plazo, pero tiene el problema de que empeora la distribución de la renta y, sobre todo, que impide que ese tipo de crecimiento se mantenga en el medio plazo.En efecto, España y Suecia acabarán el año 1999 con crecimientos del PIB similares, entre el 3,5% y el 4%. En principio podría parecer que los resultados son equivalentes, pero cuando se recuerda que la renta per cápita sueca es aproximadamente el doble que la española, el resultado español es mediocre ya que para aumentar la renta española en la misma cantidad que los suecos tendríamos que estar creciendo como Irlanda, a una tasa del orden del 6%. Pero lo más preocupante no es que, con la tasa actual de crecimiento, nos alejemos cada vez más en términos absolutos de la renta per cápita sueca, sino que España, a diferencia de Suecia, está consiguiendo sus resultados a base de forzar los desequilibrios macroeconómicos. Así, mientras la inflación sueca en términos anuales está en el 0,8%, la española está en un 2,5%. Una inflación baja es buena para la economía sueca pero, sobre todo, es buena para los trabajadores y los pensionistas suecos.

El gasto público en Suecia es mucho más alto que el español -casi un 60% del PIB-, pero como los impuestos son también altos, el Estado no está en números rojos como en España, donde sigue aumentando la deuda pública en circulación, sino que tienen superávit fiscal y su deuda pública está descendiendo. Su gasto público es alto, pero lo gastan bien. No han empleado los impuestos en aumentar el número de funcionarios mal pagados -lo que ha sucedido en España estos últimos años, según datos revelados la semana pasada-, sino que dedican buena parte de sus recursos públicos a aumentar la productividad de los trabajadores, con lo que consiguen, además de mejorar su economía, aumentar los salarios. Suecia ha avanzado mucho más que España en la introducción de competencia real en todos los sectores, por ejemplo, en las telecomunicaciones o el sector eléctrico. Los españoles pagan la electricidad entre un 50% y un 90% más cara que los suecos, y los precios de la mayoría de los servicios de telecomunicaciones en Suecia son los más bajos de Europa. Con más solidaridad, pero también con más mercado que en España, las empresas suecas pueden ser más competitivas, de tal forma que, mientras la pérdida de cuotas de mercado de las empresas españolas está llevando a España a registrar déficits crecientes en sus balanzas comercial y corriente, Suecia, a pesar de estar creciendo igual que España, mantiene superávit en ambas balanzas. La comparación de España con Suecia revela la distancia que hay entre lo aparente y lo sólido. Por ello, en vez de compararnos con el señor Solbes, a quien le cayó encima la mayor recesión del último medio siglo, deberíamos enviar alguien al Reino de Suecia para que averiguara cómo se pueden hacer mejor las cosas ahora, en los buenos tiempos. Quizá nos daríamos cuenta de que, al bajar los impuestos antes de conseguir superávit fiscal, hemos generado un crecimiento vistoso pero frágil y desequilibrado. Quizá no es tarde todavía para seguir el ejemplo sueco y aplicar políticas macroeconómicas que no produzcan desequilibrios y políticas microeconómicas que aumenten realmente -no sólo en apariencia- la competencia en los mercados, y así aprovecharíamos otro regalo que nos va a venir de fuera, la mejora de la coyuntura europea.

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