La cuarta oportunidad JOAN SUBIRATS
La formación del nuevo Gobierno de la Generalitat constituye una oportunidad para Jordi Pujol a fin de encarrilar a su partido en la dirección de la Cataluña del 2010, como él mismo fijó como objetivo al plantear la última contienda electoral de octubre. Desde mi punto de vista, ha perdido ya tres oportunidades. La primera por falta de anticipación, al no haber preparado su sucesión cuando tenía tiempo y espacio político para hacerlo. Frente a la entonces criticada sucesión anticipativa de Pasqual Maragall por Joan Clos, Pujol prefirió otro escenario. Ante las incertidumbres que en su propio entorno existían sobre la figura del sucesor, el líder convergente apostó por seguir protagonizando la vida política catalana, optando por una campaña más coral, con mayor presencia de otros líderes de la coalición. El mitin del Miniestadi escenificó esa operación de recambio que exigía unos resultados políticos mucho más desahogados que los que se lograron finalmente. Lo que parecía difícil entonces resulta ahora una labor hercúlea para alguien que ha puesto fecha de caducidad a su permanencia.La segunda oportunidad la constituía la composición de las listas electorales. El mensaje electoral tenía ciertas dosis de renovación. Se cambió el lenguaje y se presentaron las cosas de forma más moderna, prometiendo cosas que habían sido patrimonio de la oposición hasta entonces (delegación de competencias a los municipios, redención de peajes, construcción de guarderías, incremento de inversión en investigación...). Como después comentaremos, la propia articulación del programa, por ámbitos temáticos, con una visión que pretendía ser globalizadora, denotaba un cuidado mayor que el habitual, una preocupación por plantear temas de futuro que no tenía demasiados precedentes en CiU. Pero, frente a la fuerte operación de renovación que los ciutadans representaban en el campo socialista, las listas electorales de CiU demostraron que a la hora de la verdad, las presiones de los centros de poder de la coalición, la poca capacidad de tomar riesgos, la fuerza de los ya instalados era determinante. El grupo de dirigentes que rodeaban a Pujol en los carteles, en los vídeos de campaña, en los mítines, no ofrecían resquicios a la renovación. La figura aislada de Mas Colell era más excepción que regla. Poquísimas mujeres, poquísimos jóvenes. Los de siempre, para lo de siempre.
El discurso de investidura ofrecía una nueva oportunidad. Los datos ya estaban encima de la mesa. La estrechez de la victoria, los escasos márgenes de maniobra, la necesidad de dar señales claras de por dónde seguir, eran problemas y también oportunidades para afrontar con un nuevo giro el curso parlamentario. Se optó por la continuidad, por el regate en corto, por el qui dia passa, any empeny. La propia votación de investidura fue decepcionante. Un ejemplo de cómo no debería hacerse política. Resultaba patético contemplar la cara de satisfacción de los negociadores tras tamaña demostración de la fórmula que en política todo vale. Y para que no hubiera dudas acerca de que si faltan valores, sobran horas de vuelo en politiquería, se piden dictámenes que certifiquen que, se firme lo que se firme, todo es interpretable.
La semana que viene, Pujol y su coalición tienen una cuarta oportunidad para demostrar que han entendido el mensaje. El programa electoral que presentaron en su momento planteaba, como he mencionado, una cierta voluntad de cambio en la forma de plantear la acción de gobierno. Si como afirmó Pujol en la sesión de investidura, su programa de gobierno es el programa electoral de CiU, la composición del Gobierno debería dar señales en esa línea. El programa marca ocho metas: bienestar, familia, cultura, educación, innovación e investigación, competitividad e internacionalización, sostenibilidad y equilibrio, cohesión y solidaridad. No son fácilmente trasladables a los ámbitos de gobierno sectorializados que han constituido hasta ahora la estructura departamental de la Generalitat. El nuevo Ejecutivo ofrece la oportunidad de construir nuevas capacidades de gobierno, centrándose más en los problemas que en las estructuras burocráticas que han ido enquistándose en la Generalitat. ¿Veremos una consejería de familia? ¿Tendremos una conexión más directa entre formación y trabajo? ¿Daremos fuerza transversal a un Departamento de Medio Ambiente que vaya más allá de la retórica y de la actitud defensiva y paliativa? ¿Construiremos una consejería de políticas sociales que entierre el modelo de Comas, y trabaje por la integralidad y la colaboración con los municipios? ¿Lograremos sacarnos de encima el modelo hegemónico de las obras y las ingenierías para plantear un desarrollo equilibrado del país? ¿Apostaremos por una investigación competitiva, desburocratizada y conectada internacionalmente? Y, ¿haremos todo ello con nuevas caras, nuevos gestos, nuevas formas de entender la política? No quisiera parecer pesimista, pero es probable que nuevamente tengamos un Gobierno de siempre, con algún guiño de renovación más bien marginal, y transitaremos hasta marzo para ver si entonces... Me gustaría, lo digo sinceramente, equivocarme. La política catalana y, sobre todo, los ciudadanos de Cataluña ganaríamos mucho si situáramos a la política catalana un poco más en el futuro y un poco menos en cómo superar el pasado.
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