Clinton defiende la 'tercera vía' para superar las diferencias en la familia socialdemócrata
El clima distendido que presidió ayer el seminario sobre El Reformismo en el siglo XXI, en Florencia, no pudo ocultar el abismo ideológico que separa a la gran familia socialdemócrata mundial. De un lado, la concepción político-económica del primer ministro francés, Lionel Jospin, que abogó rotundamente por la supervivencia del Estado nacional. Del otro, la visión globalista del presidente de EEUU, Bill Clinton, y de su principal aliado, Tony Blair. Clinton constató las diferencias para defender que la tercera vía es "una teoría unitaria" para superar las diferencias entre los reformismos.
"Todos queremos responsabilidad fiscal, plena ocupación, justicia social", proclamó el presidente de EEUU. "La vida es más satisfactoria cuando las personas están inspiradas por filosofías civilizadas e integradoras".Seis de los siete jefes de Gobierno o de Estado invitados a la reunión pronunciaron una media de cuatro discursos cada uno, aunque, inexplicablemente, faltó la intervención del primer ministro portugués, António Guterres, nuevo presidente de la Internacional Socialista, que asistió al encuentro como auténtico convidado de piedra. Ayer intervino, en cambio, Javier Solana, que, en su calidad de míster Pesc, recordó, como lo había hecho Clinton el día anterior, la cada vez más difuminada frontera entre políticas nacionales e internacionales.
Entre las dos visiones de la sociedad futura expuestas del lado francés y del anglosajón se situaron sin perfiles demasiado claros el canciller alemán, Gerhard Schröder, que defendió la permanencia del Estado de bienestar social, aunque debidamente transformado, y el presidente de Brasil, Henrique Cardoso, abrumado por las propias dificultades domésticas. Massimo D"Alema, el anfitrión del encuentro, se mantuvo en ese papel y propuso al final de la jornada la creación de una fundación internacional dedicada a profundizar en la política reformista. De momento, Schröder ha ofrecido Berlín como sede de una próxima reunión.
Pero fue claramente Jospin el conferenciante más agresivo de la jornada de ayer. En su primera y más completa intervención dejó muy claras las intenciones de su Gobierno. "Queremos insertar a Francia en la corriente económica universal, pero sin perder la identidad. Los franceses quieren seguir sintiendo que su nación es capaz de hacer cosas". "No creo en los modelos, creo en los cambios y en la confrontación y comparación de ideas", añadió. A juicio del líder socialista francés, el siglo que está a punto de comenzar presenta un panorama de desigualdades mayor del que tenía el que termina, con cuatro quintas partes de la población sin acceso alguno a las nuevas tecnologías. "Es importante fijar reglas internacionales en diferentes campos: financiero, medioambiental, social", dijo Jospin. Al abordar el capítulo social del encuentro, el primer ministro francés se lanzó de lleno a la cuestión de la defensa de los derechos humanos, que se han convertido en el objeto de preocupación clave del derecho internacional. En nombre de esos derechos, dijo, ha quedado abolido el "principio de no intervención", "un principio cardinal en el ordenamiento jurídico internacional hasta hace bien poco". Y en nombre de esos principios se ha intervenido en Kosovo, o en Timor Oriental.
Pese a ello, Jospin recordó la necesidad de que todos los países que defienden esos principios suscriban el tratado que dio vida en Roma en 1998 al Tribunal Penal Internacional, todavía sin constituir. A su lado, el presidente de Estados Unidos, líder de la intervención en Kosovo, pero absolutamente renuente a la hora de estampar su firma en ese documento, guardó silencio y se abstuvo de citar la cuestión cuando le llegó el turno de las respuestas.
Al contrario, Clinton se extendió en otras materias, como la defensa del medio ambiente y, sobre todo, la manipulación genética de los alimentos. En cuanto a las garantías que ofrecen los alimentos transgénicos, Clinton ofreció a Europa seguir el ejemplo de su país creando una agencia parecida a la Food and Drug Administration "que garantice a la gente la calidad de los alimentos que come". Por último, el presidente, que consideró el respeto a las minorías como la más elevada demostración de que una democracia funciona, salió al paso de quienes ven en la globalización una amenaza para la identidad cultural de las naciones. "Creo que lo que fundamentalmente somos es miembros de la raza humana", dijo. "Es justo mantener esta identidad propia, pero sin llegar a los extremos que hemos visto en Kosovo. Hay que procurar que las identidades culturales distintas convivan sin excluirse, manteniendo un ambiente multiétnico".
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