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Un asturiano, voz oculta de Jospin

Aquilino Morelle, hijo de españoles, es el escritor de los discursos y textos políticos del primer ministro francés

Todas y cada una de las palabras que el primer ministro Lionel Jospin desgrana en sus discursos oficiales han estado antes entre las manos artesanas de este cualificado elemento de la joven guardia que rodea al líder socialista francés. Aquilino Morelle, 37 años, hijo de padres asturianos asentados en Francia en los cincuenta, ama tanto como Jospin palabras como "equilibrio", "ductilidad", "nuevo impulso", tan características del pensamiento jospiniano, y ese tono pedagógico, ligeramente doctrinario, con que el primer ministro subraya la voluntad de no renegar del legado ideológico. Dice que cuando oye brotar de la boca del jefe de Gobierno las palabras que él ha construido siente "orgullo y satisfacción de participar en la acción y el combate político"; que no padece de la "susceptibilidad propia del autor", ni se siente despojado; que es más: odia a esos antiguos consejeros que alardean después de haber escrito textos magníficos para sus jefes.Consciente del terreno resbaladizo que pisa, Morelle añade que su papel consiste en ahorrarle tiempo al primer ministro, facilitarle su tarea. "Jospin es un hombre exigente, riguroso, que se apropia de los textos con desenvoltura hasta hacerlos suyos; él los corrige, los complementa, les da su marchamo", indica.

En el despacho del consejero Morelle en el palacio de Matignon cuelga una foto de Jospin en un gesto privado, reflexivo, que transmite humanidad y afecto. "Sólo se puede dar lo mejor de ti mismo, entregar tus reflexiones y pensamientos", dice, "cuando uno siente un gran afecto y un gran respeto por esa persona, cuando hay complicidad intelectual y confianza por ambas partes, aunque una de ellas sea más reservada. Jamás me ha sido difícil ponerme en su papel, le conozco y sé que para él el discurso es más una demostración de sus ideas que mera comunicación".

Este hombre de semblante afable, padre de cuatro hijos fruto de dos matrimonios, de aficiones tranquilas -la lectura, el cine, el teatro-, habla bien español, aunque recurre al francés cuando se trata de expresar matices y frases complejas. Nació en París, veranea en Italia y dice que no se siente verdaderamente español, aunque tampoco renuncia a sus raíces. Su imagen de España está sedimentada con los recuerdos infantiles de las vacaciones familiares en Asturias, con la conciencia de que buena parte de sus parientes fueron muertos en la guerra civil o fusilados por el franquismo, y más recientemente con el descubrimiento positivo que el país de sus orígenes es una "sociedad que parece sentirse muy bien en su piel, segura de su cultura y, al contrario que Francia, nada temerosa del proceso europeo".

Desconocido hasta hace sólo cuatro años en el mundo político, Morelle es un caso notable de infiltrado social en la élite francesa. Hijo de un obrero de la Citroën de Nanterre, sexto hermano de una familia de siete, acabó Medicina y, ahí es nada, Ciencias Políticas y la Escuela Nacional de la Administración (ENA), reservada para la alta burguesía y auténtico vivero de la clase dirigente.

Vista su capacidad para los estudios, la familia Morelle, que había salido de La Felguera (Asturias) huyendo de la pobreza y del régimen franquista, le designó como el vástago llamado a ascender en la escala social. Médico o abogado eran las alternativas convencionales para un caso brillante como el suyo, pero aquel joven de 23 años, que ya tenía dos hijos, empezó a combinar las prácticas en el hospital con las clases de Políticas y a descubrir que "la burguesía parisiense, con todo su capital cultural, su dominio de los códigos y los signos, no era mejor que yo".

En el lenguaje estructuralista, marxista, de uso entonces en algunas cátedras, el sociólogo Gérard Vincent le dijo un día que él era "un sobresocializado anticipatorio de la esfera inferior", una manera de indicarle que no debía olvidar su origen social. Morelle no ha olvidado esa frase y hoy afirma: "Aunque vivo como un burgués, jamás formaré parte de la burguesía. Puede que mis hijos lo hagan, pero yo jamás. Tengo conciencia de clase, guardo mis recuerdos, mi educación". En aquellos años, el actual consejero de Jospin militaba para sí mismo, pero un profesor, hoy ministro de Asuntos Europeos, Pierre Moscovici, le seguía ya la pista.

Ingresó en la ENA con el segundo mejor examen de entrada y acabó la carrera en un puesto muy digno, el 26 de su promoción. Luego ingresó en la Inspección General de Asuntos Sociales, elaboró un informe sobre la recogida de sangre en las prisiones, muy estudiado años después en el escándalo de la sangre contaminada, y publicó el libro La derrota de la sanidad pública. El día en el que la debacle mitterraniana terminó de consumarse, Morelle pidió afiliarse al Partido Socialista.

La llamada de Pierre Moscovici le lanzó de lleno a la arena política. Contra pronóstico, Jospin acababa de ser elegido secretario general del PS y hacía falta alguien inteligente y despierto que le ayudara con los discursos en la campaña de las presidenciales. "Cuando me vi ante él le conté simplemente quién era y de dónde venía; él pareció satisfecho". Ya en Matignon, Aquilino Morelle sólo lamenta que su padre, fallecido, y su madre, enferma de Alzeheimer, no hayan podido asistir a su fulgurante ascensión social. Él no da la carrera por terminada. "Yo no voy a ocultarme siempre tras la figura de Lionel Jospin; ahora busco una circunscripción electoral para presentar mi candidatura como diputado".

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