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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Emergencia

Caminaba yo por la calle de la Montera en dirección a Sol cuando, al escuchar los gritos de auxilio de una señora mayor a la que ningún viandante hacía caso, fui a su encuentro. Sentado en el banco de la marquesina de la parada de autobús que existe a la altura del número 47 estaba un hombre moribundo de unos 70 años, que ella me dijo que era su marido.Enseguida -gracias a mi experiencia profesional como diplomado en enfermería- aprecié semiinconsciencia, palidez intensa y disnea. Posteriormente observé diaforesis generalizada, hipotermia y apnea aparentes.

Ante la gravedad de su estado llamé desde mi móvil al 061 y solicité urgentemente una ambulancia. En ese momento descendieron de un vehículo dos policías, a los que dije que era enfermero, procediendo uno de ellos a solicitar la filiación del anciano a su extremadamente angustiada mujer, indicándole yo que no era el momento adecuado, dada la progresiva gravedad de la situación. Simultáneamente, la otra persona que dijo ser policía llamó a varios coches patrulla -hasta cinco-, que en pocos minutos taponaron el acceso, por lo cual la ambulancia del Samur demoró unos diez minutos en prestar su asistencia.

A mí me pareció inminente una parada cardiorrespiratoria, por lo que procedí a desabrocharle el chaleco. Entonces, una agente municipal me gritó que no le tocara, respondiéndole yo que quien no debía tocarle era ella.

Ante esta respuesta mía, los policías de paisano procedieron a mi identificación y cacheo, comunicándome que estaba detenido. Me introdujeron violentamente en el coche y, sin informarme adónde me llevaban, uno me dijo: "Has elegido un mal día para dejar de fumar". Acabé en los inmundos y tercermundistas calabozos de la comisaría de Leganitos, hasta que a las doce horas de mi detención apareció una abogada de oficio y pudo sacarme. Al irme, un policía nacional -haciendo referencia a 4.140 pesetas que yo no había reclamado cuando me devolvieron mis pertenencias- me preguntó si no me dejaba nada. Le respondí que sí, que me dejaba doce horas de mi libertad. ¡Irrecuperables!

Cuando a esas horas de la madrugada subía por la empinada calle, un pensamiento se instaló en mi mente: "La libertad es como la salud: uno no la valora hasta que la pierde, aunque sea injustamente y durante unas pocas horas".-

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