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Al combate por la batalla del Ebro

Jacinto Antón

Amanece, el paisaje se despereza envuelto en una leve capa de bruma. En la paz bucólica de este mundo primigenio acunado en su ensimismamiento mineral, el vuelo de un pinzón adquiere una inaudita trascendencia. Pero volverá el crepúsculo, y con él las pesadillas. Este es un paisaje que sueña: sueña con tempestades de acero, desesperadas cargas a la bayoneta, alaridos y bombas. Esta tarde otoñal el cielo volverá a teñirse de un rojo sangre que conjurará de nuevo los fantasmas de la gran batalla que aquí ocurrió. Un ejército de sombras cruzará de nuevo el río que brilla abajo, más allá los brigadistas lanzarán otra vez su último ataque con botellas de gasolina en la mano y La internacional brotando de las gargantas secas, la cota 481 será ganada y perdida y vuelta a ganar, y el acre olor de la muerte se esparcirá como un sudario invisible sobre la tierra ensordecida por el zumbido de los Polikarpov. Sí, ahí, en ese valle fluvial y en aquellas sierras abruptas que se observan desde el observatorio de la Mola de Sant Pau, construido por los ingenieros del ejército de la República, se desarrollaron los combates de la batalla más dura de la guerra civil, la del Ebro. Ahora un grupo de historiadores catalanes quiere dar otra batalla: una batalla para conservar, dignificar y hacer visitables y comprensibles los, a su juicio, amenazados parajes donde se desarrolló esa feroz lucha en la que 115 días de combates, del 25 de julio al 15 de noviembre de 1938, arrojaron un escalofriante saldo de cerca de 70.000 bajas republicanas y 50.000 franquistas -de ellas 15.000 y 10.000 muertos, respectivamente-. Se trataría de musealizar el terreno de la acción en la línea de lo que se ha hecho en otros países con otros campos de batalla célebres, como Gettysburg, el Somme o las playas de Normandía. De llevarse a cabo la idea, señalan sus autores, sería el primer campo de batalla convertido en museo en España, algo que ni tan siquiera, dicen, se establece en la legislación actual. La iniciativa de estos historiadores, agrupados en torno al departamento de Didáctica de las Ciencias Sociales de la Universidad de Barcelona (UB), se ha materializado de momento en un libro colectivo, La batalla de l"Ebre, història, paisatge, patrimoni, editado por Pòrtic, en el que se ofrecen una visión revisada de la batalla y un anteproyecto de musealización de sus escenarios. El libro ofrece un recorrido comentado por los parajes de la batalla con una guía itinerario de sus lugares de especial interés. Los itinerarios apuntados se agrupan según las diferentes fases de la batalla (preparación de la ofensiva republicana, paso del río Ebro, máximos avance republicano, contraofensivas franquistas, replegamiento republicano), y para cada una de ellas se señalan los puntos geográficos interesantes susceptibles de visita -en su mayoría previa adecuación-, como el campo de entrenamiento de Scala Dei, el aeródromo de la Legión Cóndor en La Sènia, la cota 481 -el "pico de la muerte"-, la posición Targa, el pueblo de Corbera d"Ebre, etcétera. A través del libro, se puede ir descubriendo el campo de batalla agazapado en el paisaje. Ponerlo al descubierto también en la realidad es el objetivo que persiguen los autores.

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Los historiadores involucrados en la iniciativa subrayan en el libro la urgencia de actuar para evitar "la inexorable desaparición del paisaje, el patrimonio cultural y los restos materiales de la batalla del Ebro". Y denuncian: "Los veteranos, testimonios directos del hecho, nos van dejando sin que nadie se preocupe de recoger, de manera sistemática, la memoria. Los restos materiales de aquel acontecimiento, trincheras, observatorios, puestos de mando, etcétera, también se degradan a un ritmo alarmante. Los paisajes continúan siendo impenetrables, nadie se ha preocupado de explicarlos de acuerdo con una reinterpretación comprensiva de la batalla".

Las ideas del grupo de historiadores adquieren especial relevancia por cuanto estos centíficos disponen de experiencia práctica para materializarlas. El departamento de Didáctica de las Ciencias Sociales cuenta con un grupo de investigación específico sobre Didáctica del patrimonio, museografía comprensiva y nuevas tecnologías, en vinculación con el cual funciona un Taller de Proyectos que ha participado en numerosas iniciativas de musealización. Entre los trabajos recientes, figura precisamente un proyecto de ideas para un centro de interpretación sobre la batalla del Ebro en Tivissa.

"El campo de batalla del Ebro tiene una extensión enorme, desde Amposta hasta Mequinensa, y en profundidad hasta Gandesa, unos 50 kilómetros de largo por 30 de ancho", explica Xavier Hernández, doctor en Historia Contemporánea y codirector del Taller de Proyectos. "Los parajes principales de la batalla se concentran en las sierras de Pàndols, Cavalls y La Fatarella, y en pueblos como Gandesa o Corbera d"Ebre. Por todas partes podemos encontrar viejos refugios. búnkers, casamatas, trincheras y monumentos de ambos bandos sin proteger, algunos muy degradados. En diversos sitios pueden encontrarse aún objetos relacionados con la batalla, armamento incluso: hay algún lugar en que abundan las granadas como bolets. Persiste una larga tradición en la zona de metralleros, gente que recoge piezas de metal para su venta. El año pasado aún murió un payés al explotarle una bomba. Paradójicamente, aunque parezca desaparecida y silenciada, la batalla del Ebro todavía mata".

El campo de batalla guarda sorpresas más o menos ocultas: los impactos de proyectiles en la tapia del cementerio de Vilalba dels Arcs, el monolito de la 15ª Brigada Internacional a sus muertos, erigido en 1938, mientras se combatía y que ha sobrevivido oculto por la vegetación en la sierra de Pàndols; la inscripción dedicada a la División Littorio (con su "credere, obbedecere, combattere") prácticamente invisible ya, adosada a una casa en Horta d"Ebre, o el monumento, en La Faterella, a un tanquista alemán caído en la batalla, el "panzerführer Gustav Trippe", y que incluye el siniestro emblema de los carristas nazis, la calavera.

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¿Cómo se musealiza un campo de batalla? "Hay tres puntos básicos", dice Hernández, "proteger los restos, hacerlos accesibles, y hacer comprensible todo el conjunto con elementos de interpretación (señalización, centros museográficos, guías)". En esa tarea cabe también la introducción de algunos elementos escenográficos que contribuyan a involucrar emotivamente al visitante en el episodio histórico, como la construcción de un pontón republicano en el Ebro.

Xavier Hernández indica la existencia de diferentes "iniciativas inconexas" para recordar la batalla en distintos lugares del antiguo campo, y señala que responden a "intereses cruzados que, pese a su en general buena fe, a menudo contribuyen a mantener el campo de batalla como un lugar cada día más extraño e incomprensible".

"Hay grupos locales muy activos, en Gandesa, por ejemplo, y distintas asociaciones de ex combatientes han llevado a cabo alguna iniciativa, generalmente con ánimo expiatorio y conciliador, como monumentos dedicados a los dos bandos, del tipo "todos perdieron", continúa. "Por su parte, la Generalitat se ha limitado a declarar bien de interés cultural en la categoría de lugar histórico las ruinas de Corbera d"Ebre". A juicio de Hernández y los otros historiadores y técnicos que plantean la musealización de la batalla del Ebro, hace falta un plan global y un tratamiento ordenado de los distintos espacios en que se desarrolló ese capítulo histórico. Subraya al final Hernàndez que éste "es un proyecto de incontestable carácter civil en el que los militares no pintan nada".

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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