Caos
El viernes pasado, miles de conductores bramaron en sánscrito desde sus automóviles, atrapados en los innumerables atascos que colapsaron la ciudad todo el día. Intensa lluvia, un coche cae a la M-30 desde el puente de O"Donnell, 23 accidentes de tráfico, huelga de trenes de cercanías y, como guinda del caos, dos manifestaciones en toda la mitad del medio, una de agricultores y otra de ferroviarios. Esto no es más que el aperitivo de la que nos espera hasta fin de año, porque, además, se disparan las ventas de automóviles.Está reconocido por propios y extraños: el tráfico es el baldón de Madrid, su más irritante cruz, el preciso detalle que convierte a la ciudad en un coñazo insoportable, una trampa, una jauría de gente cabreada, frases malsonantes y crispación generalizada.
Convocar manifestaciones sin más ni más en medio de esta marabunta es colaborar eficazmente a la degradación de la capital. Habrá que inventar nuevas formas de protestas eficaces y certeras que no martiricen a los ciudadanos, incluyo a aquellos que apoyan las reivindicaciones de la convocatoria. Por otra parte, el abuso de convocatorias (hay una media diaria de tres) se vuelve contra las mismas.
El alcalde anda preocupado: se le ha ocurrido proponer un manifestódromo en los arrabales y relegar las manifestaciones a los fines de semana. Hay objeción a la propuesta. Por ejemplo, una manifestación a las afueras un domingo por la mañana no es manifestación, sino romería. Además, los domingos por la mañana son los únicos días en que los ciudadanos podemos disfrutar de los parques y de paseos en automóvil en el centro de la ciudad, como unos señores.
Es urgente la creación de manifestaciones digitales, inteligentes, con mando a distancia, aire acondicionado, doble airbag, cristales tintados, pintura metalizada y conexión gratuita a Internet. Cualquier cosa con tal de no jalear el caos. Hay algo muy claro: las manifestaciones son para increpar a las autoridades, no para jorobarnos a los ciudadanos.
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