Un centenar de rumanos con niños lucha contra la helada en tiendas sin agua ni luz
Los inmigrantes expulsados de San Roque, entre ellos 20 menores, se calientan con fogatas
La helada se ha convertido en el peor enemigo del centenar de rumanos que malvive en una treintena de tiendas de campaña levantadas en los aledaños del poblado de San Roque (Fuencarral, junto a la N-I). Estos inmigrantes fueron expulsados del asentamiento en septiembre pasado porque no figuraban en el censo que elaboró el Ayuntamiento y que sólo recogía a los rumanos llegados a Madrid antes del 8 de julio. Ahora, apiñados en tiendas sin agua ni luz, se enfrentan al frío sin la ayuda de la administración. Entre los afectados se encuentra una veintena de niños. Ayer, con los labios cortados y con tiritonas constantes, correteaban por el barrizal, viendo cómo a pocos metros otros compatriotas suyos gozaban de calefacción y agua corriente. Y es que en San Roque, una alambrada municipal separa a los rumanos censados de los no censados. Los primeros reciben ayuda del Ayuntamiento, la Cruz Roja y la Comisión Católica de Migraciones. Duermen en tiendas de campaña perfectamente selladas y acondicionadas con colchones y mantas abundantes. También disponen de enganche a la red eléctrica para los radiadores. Aun así se quejan del frío y muchos de ellos, sobre todo los padres de familia con niños pequeños, se meten a dormir con sus colchones y mantas en los módulos prefabricados donde se hallan las cocinas.
Frente a esta miseria hay otra peor, la de los rumanos no censados. Arremolinados en los aledaños del campamento, donde les está vedada la entrada, no reciben ayudas, ni comida, ni mantas, ni calefacción, ni agua caliente, ni duchas, ni guardería. Se han quedado solos. Levantan las tiendas de campaña sobre estructuras de madera que recogen de las obras para aislarse del barro y el frío suelo. Pero las paredes de las tiendas ofrecen una débil protección de madrugada, cuando la neblina se ciñe a la lona y el termómetro se acerca a los cero grados. Cubren las tiendas con lonas de obras para impermeabilizar su refugio. Ya de noche, justo antes de irse a dormir, se reúnen en torno a grandes fogatas en un descampado próximo. Allí se calientan las manos y el cuerpo. Cuando se van a dormir se descalzan en la puerta de la tienda y dejan los zapatos fuera para no ensuciar el interior. Como tienen pocas mantas, muchos se acuestan con lo puesto.
"Mucho frío por la noche. Duermo vestido, sólo me quito el abrigo y los zapatos", aseguraba ayer Hig Isleves, de 11 años. Hasta cuatro miembros de una familia duermen apiñados sobre un colchón (normalmente, consiguen los colchones en contenedores de basura) y así se dan calor. Tienen hornillos de gas butano, con los que cocinan, pero no les sirven de estufas. Los rumanos no censados se despiertan hacia las nueve. Abren la cremallera de sus tiendas y se encuentran con una neblina de humedad que cala hasta los huesos. Hombres y mujeres adultos se calzan y salen a la calle para vender La Farola o mendigar. Los niños se levantan un poco más tarde. El primer paso que dan lo hacen sobre el gélido barro. Cuando se juntan varios se ponen a jugar al fútbol con un desgastado balón. "Así entramos un poco en calor", decía Ione, de siete años.
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