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Reportaje:

El microondas de Mohamed

Miquel Alberola

En el centro de Parque Ansaldo se encuentra un colegio público al que sólo asisten los hijos de las familias que ocupan la urbanización, puesto que las familias del pueblo de San Juan han optado por los colegios privados antes que penetrar en este sumidero social. En estos días muchos de los alumnos gitanos y norteafricanos permanecen pegados a la valla para contemplar el acontecimiento de los motores y el desfile de agentes de la Guardia Civil, que facilitan la demolición de sus casas.Los bloques todavía conservan los colores pastel con que fueron concebidos para su esplendor y en las ventanas hay un incierto homenaje a Carlo Scarpa, truncado por abundantes antenas parabólicas. Hasta que se los come la piqueta. A una distancia razonable del derribo se amontonan colchones, bombonas de butano, electrodomésticos, neumáticos y otros objetos de interés complejo que han sido evacuados por algunas de las familias.

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Un cubo de basura junto a Terra Mítica

A Mohamed, un emigrante cincuentón, no le ha dado tiempo a sacar todas sus pertenencias de la vivienda. Está profundamente afectado porque los muebles y parte de la ropa han quedado en el interior. Pero sobre todo le preocupa que no ha podido coger el microondas, que por encima de la utilidad habitual era una conquista de prosperidad para un hombre que ha trepado desde el fondo y ha sufrido La Ilíada y La Odisea. Se dedica a la venta ambulante y desde el jueves duerme en el coche, como su amigo Sakkaki Salah, a quien su jefe ha dejado una furgoneta para que pueda cobijarse del frío, y que está compungido porque no ha podido salvar el televisor.

Los que fueron desalojados el miércoles durmieron en la calle junto a improvisadas hogueras que encendieron en bidones. Ahora levantarán chabolas en las zonas que debían ser jardines. "Los pobres también tenemos derecho", aulla Juanjo, un joven gitano que se gana 400 pesetas en cada chándal que logra vender en los mercadillos en los que despliega su sabiduría comercial. No está dispuesto a que sus dos hijas duerman en la calle y hará lo que sea.

Mientras tanto, algunos tratan de encontrar el consuelo en la mezquita o en el centro evangelista. Otros prefieren directamente la bodeguilla para ir calentando la sangre. En los contenedores arde la basura y el viento esparce el polvo del derribo y barre los grumos de poliespán hasta los muros del colegio, donde los niños están perplejos con la mejlla pegada a la valla.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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