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Tribuna:GENERACIÓN SIN NOMBRE
Tribuna
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La historia de Conxa

A estas alturas de la investigación y dado que Conxa ha pasado una agitada semana en Madrid, "se salen, se salen, se salen", repetía cabalísticamente su último mail, he decidido hacer un resumen sobre lo que he averiguado sobre el personaje de Conxa P. Puig, barcelonesa, de 31 años, licenciada en Bellas Artes, hija de padre madrileño y madre catalana, que trabaja en una agencia de publicidad trasladada recientemente de Barcelona a Madrid. "Esto es Hollywood", dice Conxa de Madrid en el diario que se comprometió a enviarme como testimonio de sus peripecias de treintañera que odia las etiquetas. En ese diario, Conxa trata de explicarse a sí misma: "Mis padres son impenitentes sesentaiochistas. Yo nací en Barcelona en 1968, pero podía haber nacido en París; hicieron caso a la abuelita, una lástima, y volvieron a Barcelona: no sólo eso, sino que me pusieron de nombre Inmaculada, como ella. Así que durante 10 años me llamé Inmaculada (Inma) Páez. En 1978, con la fiebre del Estatuto de Autonomía, decidieron cambiarme el nombre y todos empezaron a llamarme Conxa. Yo asocié ese nombre a formar parte de los buenos. Aunque siempre he sabido que, me llame como me llame, pase lo que pase y aunque yo intente disimularlo, estoy en el bando de los buenos. ¿Quiénes son los buenos? Los que tienen razón, los que se preocupan por los demás: lo peligroso de estar con ellos es que casi siempre ganan los malos. Esto es lo que yo veo. Ah, y los malos pueden ser tanto catalanes como de cualquier otro sitio, aunque de eso me he dado cuenta después de haber decidido, a los 18 años, que también tenía que catalanizar (y feminizar) mi apellido. Papá entendió muy bien que decidiera, en Bellas Artes, firmar mis cosas como Conxa P. Puig. Para compensarle, en publicidad firmo como Inma Páez. Mi padre es aparejador y aterrizó en Barcelona el mismo día que los Beatles dieron su concierto en la plaza Monumental (siempre lo explica). Mi madre, además de filóloga y profesora de catalán, es una combativa ama de casa ex feminista. Que siempre se hayan llevado tan bien no me ha extrañado: ni él ni ella han militado nunca en ningún partido político, ni siquiera con los comunistas como muchos de sus amigos. No tengo ni hermanos ni hermanas. Tuve un hámster. Mi abuelita Inmaculada era una carcamal, pero yo la quería; me hacía gracia tanto cuando hablaba de Franco entusiasmada como cuando, luego, hacía lo mismo con Pujol. Mis padres no se opusieron a que estudiara Bellas Artes. Yo soñaba con ver mis dibujos en las vallas publicitarias de la calle: era una ilusa. En vez de eso, mi cara sirvió para un anuncio de galletas. Así, por la cara, a los 23, entré en el mundo de la publicidad. De las galletas pasé a ayudante de maquetista y fotocopiadora titular en la agencia de Joan y Cosme, que no eran nadie en comparación con sus éxitos (uno al año) de hoy. He servido muchísimos cafés y he dado no sé cuántas ideas, pero hasta hoy, los hombrecitos me han agradecido más la cara, los cafés y la voz que las ideas. Es lo que pasa siempre con los tíos. Soy heterosexual: me gustan ellos, pero me desconciertan y he decidido, por ahora, no casarme, ¿para qué correr ese horrible riesgo? Además, es demasiado caro. Hace un año, aunque mi trabajo es incierto (no pueden permitirse ampliar plantilla), alquilé un cuchitril a un amigo que está en México. Al fin, estoy conimgo misma para bien y para mal. En este último caso, la televisión me da ese contacto directo con la masa que me permite sentirme parte del mundo. Soy sentimental y me emociono con los que sufren, pero no tengo angustia vital ni problemas de peso como les pasa a algunas amigas. Desayuno cornflakes. No tengo una vida secreta, ni falta que me hace". La confianza que Conxa me demuestra al permitirme publicar esto también me emociona a mí. (Continuará.)

Generación sin nombre es el título de una investigación sobre las treintañeras españolas a través de la historia de Conxa P. Puig, barcelonesa, también conocida como Inma Páez (en Madrid); una chica que no quiere etiquetas ni identidades fijas a diferencia de los estereotipos literarios o televisivos sobre treintañeras.

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