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Tribuna
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Tráfico

"Si tienes que atravesar este atasco cada día prepárate para la aventura", con esta leyenda en grandes caracteres una conocida firma de automóviles japonesa invita a adquirir uno de sus modelos de gran cilindrada. El anuncio está situado en la calle de María de Molina esquina con Velázquez, un cruce crítico para el tráfico en Madrid. Allí lo contemplan cada día miles y miles de ciudadanos desde esa absoluta impotencia que se siente en el interior de un coche que no puede rodar por falta de espacio. Lo que aquel cartel viene a sugerir es que, ya que la congestión circulatoria es creciente e inexorable, lo mejor es aceptar la realidad y adquirir un gran coche que permita a su propietario acomodarse en su interior para pasar lo mejor posible el trance diario. El mensaje es casi apocalíptico si tenemos en cuenta la progresión geométrica del parque de automóviles en nuestra capital. Nunca en Madrid se han vendido tantos turismos como en 1999, año que los fabricantes del sector califican abiertamente de triunfal.La industria nacional está eufórica no sólo por los resultados actuales, sino también por la proyección de ventas para los próximos años que, a día de hoy, no puede ser más halagüeña. Una perspectiva de la que a priori hay que felicitarse porque revela una mejora de la calidad de vida. Además, y aunque prácticamente carezcamos de marcas propias, España es uno de los mayores fabricantes de automóviles del mundo, un sector del que directa o indirectamente vive una gran parte de la población de este país. Aquí mismo, en nuestra región, hay grandes factorías de las que salen cientos de vehículos cada día y la industria subsidiaria del motor da trabajo a decenas de miles de madrileños.

Resulta por ello muy difícil nadar contra corriente aguando este festival del consumo o ensombreciendo tan espléndido panorama socioeconómico. Algo que no sería menester si los coches en lugar de tener ruedas estuvieran diseñados para permanecer estáticos, lo que resulta evidente que no es el caso. Los automóviles, como su propio nombre indica, se mueven de forma autónoma, acción que exige un cierto espacio para poder ejecutarla, y es ahí donde la geometría falla. El incremento del parque automovilístico no se corresponde con un crecimiento de las calles, plazas y avenidas de Madrid que siguen teniendo el mismo tamaño por muchos topógrafos e ingenieros de caminos que maquinen para ensancharlas. Cabe la posibilidad de horadar la ciudad hasta dejarla como un queso gruyère, pero hasta ese tipo de operaciones soterradas están limitadas al hecho de que tarde o temprano el subterráneo ha de facilitar accesos a la superficie que resultan urbanísticamente complejos e invasivos cuando no traumáticos. En 1990 estaban matriculados con la M de Madrid 2.210.000 vehículos y el año pasado eran ya más de 3.100.000. Cuando termine el año en curso esa cifra se aproximará a los tres millones y medio.

Semejante progresión se produce cuando todos los expertos coinciden en el fracaso del coche como elemento de transporte urbano y a pesar de las crecientes incomodidades que su proliferación provoca a quienes lo utilizan para moverse por la ciudad.

Por las puertas de la capital entran cada día 430.000 coches, un 15% más que los que penetraban hace tan sólo tres años. Casi medio millón de automóviles que digiere a duras penas el asfalto de la ciudad y que pugna por hacerse un hueco en el que moverse o estacionar hasta rozar los límites de la desesperación.

Una espiral que sólo puede frenar la implantación de sistemas y redes de transporte público tan completos, cómodos y eficaces que sean capaces de disuadir a los más recalcitrantes del vehículo privado. Ni la importancia estratégica del sector de la automoción para la economía nacional, ni el interés recaudatorio que para el Tesoro público tiene la fiscalidad sobre los carburantes, o para los ayuntamientos los impuestos de circulación, pueden distraer el enorme problema que se nos vendrá encima cuando la cifra de metros cuadrados de asfalto sea inferior a la de máquinas rodantes. Cuando la movilidad se aproxime al cero. El colapso es una estupidez humana, no una aventura.

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