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Julio Aparicio, condenado por desobedecer a un presidente

El matador de toros Julio Aparicio, que lleva retirado dos años y ha anunciado su próxima reaparición en los ruedos, cometió una falta de desobediencia al presidente de la plaza de Vitoria cuando el 6 de agosto de 1994 ordenó a su bandillero Pedrín Sevilla que fuera al desolladero a cortar la segunda oreja de un toro que había faenado esa tarde. Así lo hizo el subalterno, quien después abandonó el trofeo en el estribo del burladero. Esa tarde de fiestas de Vitoria, la presidencia de la corrida ya había concedido al diestro una oreja de su segundo toro. Sin embargo, decidió no otorgarle el segundo trofeo. La medida no fue bien acogida por Julio Aparicio, quien, según una sentencia de la Sala de lo Contencioso del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, pretendió alcanzar "un objetivo en contra de lo legítimamente dispuesto por la presidencia" -obtener la segunda oreja-, contraviniendo la orden de la autoridad de la plaza. De nada sirvió que el torero adujera en su defensa que el banderillero cortó la oreja por error, al creer que iba a serle concedida ante la intensa petición del público. La sala considera que Aparicio incurrió en una falta administrativa de desobediencia al principio de autoridad y le ha multado con 750.000 pesetas.

La cantidad es la mitad de la sanción impuesta inicialmente por la Dirección de Juego y Espectáculos del Gobierno vasco el 4 de octubre de 1995, que el toreró recurrió. El motivo de la rebaja es que el tribunal considera que sólo hubo un acto de desobediencia sancionable, y no dos. El otro hecho considerado como falta por el Gobierno vasco fue el de enterrar en el albero del coso vitoriano la única oreja que le había concedido el presidente.

Pese a no considerar punible esta conducta, el tribunal rechaza la imaginativa alegación de que Aparicio pretendía cumplir "un ritual simbólico" por el que se expresa un sentimiento de disconformidad y un deseo de "lograr mediante esa semilla frutos futuros en la plaza". Cree, por el contrario, que el gesto fue "en apariencia jactancioso, y en todo caso excesivo, y de descortés presuntuosidad respecto del propio hacer artístico".

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