El 2000
Exactamente dentro de ocho sábados aparecerá en nuestro calendario el primer día del siglo XXI. En otras partes de Europa, y no digamos de Estados Unidos, las revistas, los comercios, los cines, las calles y los museos, han reiterado la proximidad del siglo XXI, la rotundidad reveladora del 2000. Pero, en España, curiosamente, hemos sufrido o gozado relativamente poco de las vísperas. Pese a las desinhibiciones de la nación, a pesar de la incorporación a los conglomerados mundiales o a la relevante participación en los campeonatos de motociclismo, no han existido apenas iniciativas de categoría para encarar el 2000. Con esta timidez España ha reaccionado a la antigua usanza: asumiendo un puesto apocado y pudoroso tras la sombra de los países a quienes por su reconocida importancia parecía corresponderles el protagonismo de dar la bienvenida al siglo. De hecho, recibir el nuevo milenio parece un honor que, como sucede con la recepción a los personajes famosos, se reserva para las autoridades de mayor rango.La despreocupación de los gobernantes, fuerzas vivas e instituciones respecto a la efeméride se corresponde, además, con el recato de la población. Ni se conoce de abundantes relojes públicos que hayan medido la distancia hasta el siglo como en tantos lugares del planeta, ni los ciudadanos han esperado proyectos excepcionales para la celebración. Incluso las ventas de cava se han disparado tres veces más para la exportación que para el consumo interno. El país vive relativamente achicado o desocupado respecto al nuevo milenio como si tal suceso, frívolo o trágico, no le afectara directamente y más bien, por su carácter mundial, fuera un asunto que se encargará de atender Bruselas, la OTAN, el Fondo Monetario o Nueva York.
Los últimos años han enseñado a España su potencialidad global pero efectivamente no la libraron de sus antiguos complejos. El siglo XX acaba con una mejor sensación de autoestima colectiva que el siglo XIX y hasta el orgullo actual se parece al de los fines del XVIII, pero el cuarto de siglo democrático no ha logrado todavía imbuir la desenvoltura necesaria para asumir, de primera mano, la fecha y la metáfora de un futuro por inventar.
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