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El "Diario" de Ángel Crespo FERNANDO VALLS

A diferencia de lo que suele ocurrir cuando un escritor fallece, la obra de este "manchego y europeo" -como a él le gustaba definirse- que fue Ángel Crespo no ha parado de crecer. La publicación de la Poesía completa, de sus aforismos y Poemas en prosa (1965-1994), así como las constantes reediciones de sus traducciones y ensayos, han puesto a disposición del lector una parte sustancial de su creación. Todo ello se lo debemos, en buena parte, al empeño y al cuidado de su esposa, Pilar Gómez Bedate.La aparición ahora, en Seix Barral (una casa editorial que está en el camino de volver a ser lo que fue), de Los trabajos del espíritu. Diarios (1971-1972/1978-1979) no hace más que confirmar lo que ya intuíamos, el inmenso interés de una obra literaria cuya complejidad muestra unos ribetes cada vez más atractivos.

Este nuevo libro, quizá como ningún otro, puede leerse como una muestra bastante exacta de sus intereses, opiniones e inquietudes. A los que tuvieron la fortuna de tratarlo no les costará trabajo reconocer en estas páginas no sólo la voz del autor, sino también su peculiar manera de decir y su infinita curiosidad y pasión por todo lo que tuviera que ver con la cultura, con las lenguas y con los distintos avatares de la vida cotidiana.

Ángel Crespo empezó a escribir este diario en 1971, en un momento de inseguridad profesional en el que necesitaba realizar una "actividad constructiva y creadora". Su continuación en 1978 coincide con la publicación de dos libros de poemas, Claro: oscuro y Colección de climas, con los que reaparece en la poesía española, de la que se había alejado en 1966. Esta es -parece importante recordarlo- una primera entrega que se nos da tal y como se concibió, sin los habituales retoques que suelen hacérsele a este tipo de textos para su publicación. En suma, podría decirse que así es como pensaba Ángel Crespo durante estos años. Ni que decir tiene que sus ideas cambiaron, sobre todo cuando, al afincarse definitivamente en Barcelona, siguió día a día la realidad social y cultural catalana, española.

Debe leerse este libro como el proceso, en un par de etapas, de la toma de conciencia de un escritor, de lo que realmente le interesa: su obra creativa (la poesía, pero también la traducción) y ensayística. Pero a mí me gusta pensar que este diario es también un canto a la amistad. Si algo impresiona en estas anotaciones es la desazón que siente Ángel Crespo al tener que vivir, no ya lejos de su país, sino de aquellos otros con los que más se identificaba, como Italia y Portugal. Su nostalgia de la Europa latina, el aislamiento que siente, la falta de interlocutores intelectuales sólo puede remediarlos con la correspondencia, "el único medio [anota en 1978] de sentirme en el mundo".

Por muchas razones, este diario va a interesar tanto a los lectores como a los estudiosos de su obra: por la consistencia de su pensamiento, tan alejado del débil que impera hoy; por su peculiar punto de vista: el de un "expatriado voluntario", como él se denomina, que trabaja con una perspectiva universal, pero que existe sólo para la cultura, para la literatura española; y porque escribe al margen de modas pasajeras, pero empapado de una rica tradición, la del simbolismo poético.

Su alejamiento de España propició el silencio de aquellos que más debían haberlo apoyado, los escritores de la llamada generación del cincuenta, de la que él también formaba parte. Pere Gimferrer fue, como con tantos otros, la generosa excepción. Ángel Crespo dedicó toda su vida a la poesía. Cultivó y defendió unos versos en los que el ritmo debía hacerse aparente y ser también un significado. Entendía la poesía como una "exploración de lo desconocido, sorpresa y libertad", como un medio para "descubrir el otro lado de las cosas". Su confrontación fue con Dante, Petrarca, Pessoa y Guimarães Rosa, y frente a ellos dio su medida de escritor exigente. No escribió, se recuerda en una anotación del diario, ni para sus contemporáneos ni para el futuro, sino para todos aquellos capaces de entender lo que él llamaba "la poesía estalactita", aquella que -como el "teatro bajo la arena" de Lorca- permanece "bella bajo tierra".

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Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la UAB.

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