Los achaques de la jubilación
El 30% de las personas que dejan la vida laboral activa vive de forma negativa la "entrada oficial" en la ancianidad
La prevención en todos los órdenes de la vida continúa siendo la mejor de las fórmulas posibles para alcanzar una vejez saludable. Pero, antes de llegar a ella, la mayoría de la población debe pasar por una fecha que para algunos resulta traumática: la jubilación. A medida que se acerca ese día crecen en la consulta de los médicos los casos en que los pacientes refieren "síntomas inespecíficos" de carácter físico y mental y que los profesionales de la salud suelen achacar a la edad. Pero tras de ellos, según indica un exhaustivo estudio, el primero de estas características que se publica en España, se esconde un estado de ansiedad que tiende a incrementarse por la inmediatez del cambio del papel social que lleva consigo la jubilación.
En España, según datos del Instituto Nacional de Estadística recogidos por el estudio La jubilación, elaborado por el centro de formación Imhotep en colaboración con la Fundación Promedic, la población mayor de 65 años se aproxima a los 5,5 millones de personas, y la situada en la franja de 55 a 64 años alcanza casi los cuatro millones. En conjunto, los casi 9,5 millones de personas que representa este segmento de la población define lo que en determinados ámbitos se empieza a conocer como el "prejubilado", un individuo que, aunque con características diferenciales a medida que avanza la edad, parte de un patrón sociosanitario cada vez más definido y al que le cuesta encontrar un modelo de atención en los distintos niveles de la sanidad española, según Anselmo López Guillén, médico de atención primaria y coordinador del trabajo.En el proceso hacia la vejez hay una fecha concreta que muchas veces es percibida de forma traumática: la de la jubilación, verdadero punto de inflexión y para la que todavía hay pocas respuestas en el modelo sanitario. "La jubilación", asegura López Guillén, "es mucho más que un cambio del rol social del individuo". Significa la "entrada oficial" en la ancianidad y la manifestación más palpable de un conjunto de pérdidas que no siempre se perciben de un modo positivo.
A las propias del declive físico característico de la edad se añaden las de relación por cambio de actividad o por muerte de personas próximas, las económicas (mayoritariamente se pasa de un salario a una pensión que suele ser más reducida) y de expectativas: de súbito se entra en la que se prevé como la última etapa de la vida.
Este panorama, que el 30% de los jubilados va a vivir de forma negativa según una encuesta de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria, encuentra cada vez mayor reflejo en los primeros niveles asistenciales, donde se acumulan las consultas de pacientes que suelen referir situaciones de "malestar general" difíciles de asociar con enfermedades orgánicas.. Es lo que en la jerga médica responde a la expresión de síntomas o trastornos inespecíficos, los cuales empiezan a darse con mayor proporción cumplidos los cincuenta años y crecen en intensidad a medida que se aproxima la fecha de la jubilación.
Estado de ansiedad
"No existen datos epidemiológicos en España que reflejen el alcance de esta situación", indica López Guillén. Pero de la experiencia recogida por diversos especialistas y de estudios parciales se desprende la presencia de un estado de ansiedad que repercute en la percepción del estado de salud. "En ningún caso se trata de enfermos, sino de personas que precisan de orientación para encarar mejor su futuro", añade. Un futuro que les puede llegar de golpe en forma de prejubilación, jubilación anticipada o incapacidad a más del 5% de la población española, y que implicará cambios en el rol social y familiar, una cierta sensación de desamparo y una mayor demanda de atención sanitaria pese a estar sanos. Muchos de estos casos, zanja el autor del estudio, acabarán en depresiones más o menos severas y en el afloramiento de enfermedades orgánicas vinculadas a la disminución de la capacidad de respuesta del sistema inmune.
Sin aficiones
El perfil clásico del jubilado en España continúa siendo el de un hombre que accede al cese laboral entre los 50 y 65 años de edad, que por lo general ha trabajado a lo largo de toda su vida sin apenas tiempo de ocio y con escasas aficiones ajenas al trabajo. Asociada a su patología de base (enfermedades cardiovasculares, respiratorias y oncológicas principalmente, pero también de glándulas endocrinas, nutrición, metabolismo, inmunitarias, mentales y del sistema nervioso a medida que aumenta la edad), suele presentar trastornos psicológicos en forma de apatía, ansiedad y depresión, digestivos y dolores musculares y óseos. Este perfil relega a la mujer a un segundo plano, pese a su creciente incorporación al trabajo y a una redefinición de los roles familiares.¿Puede cambiarse esta tendencia? Y, en caso que sea posible, ¿existen dispositivos que lo permitan? "La jubilación es un derecho, y de lo que se trata es de llegar a ella de la mejor forma posible", responde. Se trata de detectar esos "síntomas inespecíficos" y prescribir recomendaciones adecuadas a cada caso de acuerdo con la experiencia vital, el estado físico, la posición social y económica y el rol familiar.
Las prescripciones, según se desgrana en el estudio sobre jubilación, deben atender tres ejes principales: la práctica de ejercicio físico bajo control médico con independencia de la edad y el sexo, la adecuación de la dieta alimentaria a las características que impone la edad y la eliminación de hábitos tóxicos como el tabaquismo, el alcoholismo o la adicción a fármacos. Junto a estas recomendaciones, se añade un adecuado soporte psicológico y orientaciones en materia legal y económica. El paquete, concluye López Guillén, no sólo debe ser útil para prevenir patología de base asociada a la edad como la referida a los sistemas osteomuscular, cardiocirculatorio y respiratorio, sino también para asegurar una mejor calidad de vida en un segmento de población, el de mayores de 65 años, que, según todas las predicciones, alcanzará los 6,5 millones de españoles en el año 2010.
Esto es algo que no contempla la red sanitaria. Las carencias en este ámbito se deben, según López Guillén, a dos causas principales: por una parte, la "falta generalizada" de trabajos específicos y estudios epidemiológicos que permitan definir con precisión las características sociosanitarias de este amplio segmento de población y, por otra, la "escasa formación" de los distintos agentes sociales, esto es, médicos, psicólogos, asistentes sociales, enfermeras y animadores socioculturales, además de abogados y economistas, entre otros profesionales, que pueden intervenir de forma directa en la prevención de problemas cuando se alcanza la edad de jubilación.
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