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La falta de aspirantes impide cubrir las plazas de tropa profesional

Miguel González

Al inicio de la actual legislatura, en una comparecencia a puerta cerrada ante la Comisión Mixta Congreso-Senado sobre profesionalización de las Fuerzas Armadas, el general Víctor Suances, entonces director de Política de Defensa, la calificó como la hipótesis más peligrosa, pero más improbable: que el proceso de profesionalización del Ejército fracasara por falta de suficientes aspirantes. A la vista de los datos de la última convocatoria de tropa profesional, a la que se han presentado 1,2 aspirantes por plaza, está hipótesis sigue siendo la más peligrosa, pero no es ya la más improbable.

La decisión del Gobierno de suprimir el servicio militar obligatorio en el año 2002, "o antes" en palabras del presidente José María Aznar, ha llevado al Ministerio de Defensa a acelerar el proceso de profesionalización del Ejército. Si en 1996 se incorporaron 3.500 nuevos soldados y marineros profesionales, el año pasado lo hicieron 12.500 y este año deberían ser 17.500.El fuerte aumento de la demanda de soldados debía ir acompañado de un paralelo incremento de los aspirantes, si se quería mantener la proporción de solicitantes por plaza, que en 1996 superaba los cinco.

El ministro de Defensa, Eduardo Serra, llegó a cifrar en cuatro el mínimo de candidatos por puesto, para que el Ejército pudiera seleccionar a los más aptos. Con este objetivo, su departamento puso en marcha una intensa campaña de publicidad a la que se han asignado más de 4.000 millones de pesetas en los últimos años.

Sin embargo, la proporción de aspirantes por plaza ha experimente una caída imparable, agudizada en cada convocatoria, hasta situarse en sólo 1,21 en la que se cerró el pasado miércoles.

La cifra de aspirantes, 9.100 según la proyección realizada por el Ministerio de Defensa a falta de resultados definitivos, es la menor de los últimos cuatro años, si se exceptúa la anterior convocatoria del mes de julio.

Esta reducción no se puede atribuir al aumento de la oferta, ya que no se produce sólo en términos porcentuales, sino también absolutos. El año pasado se presentaron un total de 51.896 solicitudes, mientras que este año se cifran en 39.209. La bajada es mayor si se tiene en cuenta que en 1998 hubo tres convocatorias, mientras que se han celebrado cuatro en 1999, lo que facilita que la misma se presente más veces. Si se divide el número de solicitudes por el de convocatorias, el resultado es que en 1998 hubo 17.298 de media en cada una de ellas, por sólo 9.802, algo más de la mitad, este año.

Hasta ahora, el problema se ha ido sorteando con una rebaja del nivel de exigencia, que ha supuesto admitir a casi todos los candidatos, con consecuencias difíciles de prever a largo plazo. Sin embargo, a partir de determinado nivel, que ya se ha sobrepasado, el problema no es sólo cualitativo, sino también cuantitativo. Con 1,2 aspirantes por plaza, cubrirlas todas resulta, además de contraproducente, prácticamente imposible.

Puestos vacantes

Y ello es así porque éste porcentaje representa un promedio. La situación en la Armada o el Ejército de Tierra es más preocupante que en la Fuerza Aérea. Pero es que los aspirantes ni siquiera solicitan un ejército, sino unas plazas concretas y, cuando no las obtienen, renuncian muchas veces a enrolarse, aunque se les ofrezcan otros destinos.

En las tres primeras convocatorias de este año, el número de vacantes fue de entre un 11 y un 13%, si se compara la cifra de admitidos con la de plazas. Este porcentaje hay que incrementarlo aproximadamente en un 10%, pues no todos los admitidos firman el contrato con el Ejército, sino que muchos se dan de baja durante el periodo de instrucción, que dura dos meses.

Hasta ahora, los responsables de Defensa han buscado causas coyunturales para explicar que las sucesivas convocatorias no obtuvieran el resultado esperado. De la primera de este año se dijo que estaba demasiado próxima a la última de 1998. De los malos datos de la segunda y la tercera se culpó a la guerra de Kosovo y a la cercanía del verano.

Para la última, sin embargo, no cabe ninguna excusa, pues tradicionalmente ha sido una de las más exitosas del año y, además, el plazo de presentación de instancias se ha amplió en una semana, debido a que Defensa tuvo que corregir las bases iniciales de la convocatoria, que discriminaban a la mujer al negarle el acceso a destinos como la Legión o la Brigada Paracaidista.

Precisamente, el aumento de mujeres aspirantes, que el año pasado permitió cerrar el ejercicio con una media de tres candidatos por plaza, es uno de los pocos datos positivos, aunque esta vez haya sido insuficiente.

El porcentaje de mujeres que quieren ingresar en el Ejército se ha mantenido en torno al 20%, rozando en algún caso el 30%. Además, aunque siguen suspendiendo en mayor medida que los hombres, la proporción de admitidas también ha crecido desde el 9% al 16% como media.

En el Ministerio de Defensa se empieza a admitir que la profesionalización de las Fuerzas Armadas tropieza con problemas estructurales; entre los que se citan la caída demográfica y la reducción del paro juvenil. Aún así, es evidente que cualquier oferta de empleo público encuentra un eco infinitamente superior al que obtienen las Fuerzas Armadas.

Problema estructural

Ni siquiera es un problema exclusivamente español. En otros países con ejército profesional, como Estados Unidos o el Reino Unido, también hay serias dificultades para reclutar soldados. La situación se agudiza en España por la falta de tradición y la decisión de acelerar el proceso.

Algunas medidas, como la introducción hace dos años de una tasa de examen de 1.500 pesetas que se suprimirá el próximo enero, tampoco han contribuido precisamente a facilitar las cosas.

Para el año que viene se quiere introducir un sistema de reclutamiento continuo, que permita incorporar soldados a lo largo de todo el año y no sólo en los periodos en que hay convocatoria. También se pretende rebajar el nivel de las pruebas físicas, donde son eliminadas la mayoría de las mujeres, de tal forma que sólo se exijan estas condiciones más estrictas a quienes quieran incorporarse a unidades de élite.

Algunos expertos plantean, sin embargo, que la única solución a largo plazo pasa por admitir en el Ejército a los extranjeros, a los que se facilitaría el acceso a la nacionalidad tras un periodo de servicio en filas, como ocurre en otros países y también en España en otras épocas.

De hecho, ya se está empezando a permitir que los ciudadanos de países de la Unión Europea puedan acceder a empleos en la Administración española, aunque el acceso a las Fuerzas Armadas les sigue estando vedado.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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