_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Hermanos Químicos

Sábado 23 de octubre de 1999, a las 22.00, plaza de toros La Cubierta, Leganés, periferia de Madrid, intensa lluvia. Una auténtica y algo accidentada excursión desde el centro para asistir al concierto de The Chemical Brothers. Voy con Nacho, Hermano Químico, y con Amaya, una de Bilbao que acabo de conocer. Nos encontramos allí con Emilio. Reprocho al resto de Los Siderales su ausencia.Porque en Leganés fuimos testigos de un impresionante y divertido espectáculo de arte contemporáneo, es decir, de un punto de vista nuevo y radical sobre la realidad a través de la belleza de una música inédita hasta hace bien poco. Aunque los dos componentes de The Chemical Brothers, antiguos DJ"s (es decir, creadores; que no pinchadiscos, o sea, reproductores), insisten en afirmar que ellos no son músicos, lo que vinieron a demostrar a Madrid el otro día fue no sólo que sí lo son, y excelentes, sino que además sus composiciones revolucionan la música. El arte siempre es revolucionario porque descubre rasgos no vistos de la realidad o porque le añade elementos con los que no contaba. Y la música electrónica transcribe el lenguaje de nuestro mundo industrial y le añade conocimiento y belleza a través de la tecnología. Como es lógico a estas alturas.

Lo que se ha venido haciendo desde los setenta no es ni más ni menos que escuchar el sonido de la naturaleza urbana e indagar en las posibilidades instrumentales de las máquinas. Y hemos tenido la fortuna de ver nacer nuevos instrumentos musicales. Porque los sintetizadores, como los pianos o las guitarras, han alcanzado la categoría de instrumentos desde el momento en el que sirven para componer (aun en el aire, y quizá la ausencia de partitura sea lo que a The Chemical les empuja a distinguirse del sentido convencional de la definición de músicos), para ordenar el ruido del mundo y armonizar su caos. Eso es la música. Ésa es su respuesta actual. Music: response, dicen los Chemical.

Fue radical, además, porque apelaron al máximo de sus posibilidades. Con perfecto dominio de nuestras emociones, manipularon las máquinas para llevarnos a un disfrute extremo y lleno de sugerencias. "¡Esto es heavy metal!", repetía Amaya. Estaba asombrada porque no había imaginado lo que iba a ver, y porque en Bilbao ser radical es ser abertzale y poder amargarte la fiesta, por eso ella casi no sale. La plaza de toros de Leganés, acostumbrada también a sufrir la violencia repugnante de la sangre, se convirtió casi en un templo de placer: miles de personas bailaron sin parar bajo su preciosa cúpula metálica durante casi dos horas, y lo que se respiraba era alegría y amor.

Love: con esta palabra se despidieron los músicos. A poco que uno piense se dará cuenta de que también esto es política, de que los Chemical incluyen en su discurso consignas que tienen que ver con nuestra realidad social. En las pantallas dispuestas al fondo del escenario se proyectaron imágenes que representaban y sugerían la naturaleza de un mundo que ha cambiado y que ha buscado una nueva iconografía: edificios, siluetas masculinas, muros, árboles, niñas, ojos, caras que se transformaban como las transforma el ánimo, el tiempo o la química, como las ha transformado siempre el arte, repetidas y distintas como las vio Warhol o como tantas veces se la vio Van Gogh. Sólo ha cambiado el soporte (antes del lienzo se pintaba en tabla, y antes, en la pared de una cueva), y tenemos la suerte de ver evolucionar lo que empezó siendo un balbuceo, una aproximación.

Yo diría que el concierto del otro día fue histórico porque The Chemical Brothers lo concibieron como un espectáculo que incluía mucho más que música. Trataron la luz como un elemento que transforma la realidad, pero fueron más allá de la mera espectacularidad de un rayo láser: sus focos alumbraban ideas, las luces nos decían del espacio lo que pudo decir en su momento en un cuadro una vela barroca, los focos iluminaban la puesta en escena de un discurso que hablaba de nosotros, ciudadanos del 2000 con ganas de bailar y ser más felices.

Así que pura química, que es lo que somos, lo que nos identifica, lo que nos hermana. Amaya se fue a Bilbao cambiada, porque el placer y el conocimiento te transforman. Y Nacho y Emilio siguen siendo lo que son los amigos: Hermanos Químicos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_