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Comunidad, nosotros o ella

Poco a poco nos estamos dando cuenta de que los resultados de las recientes elecciones catalanas abren un debate de gran importancia y significado en todo el territorio español. Principalmente, el debate de la contraposición de dos concepciones políticas y sociales, que son complejas porque se entremezclan en algunos aspectos y se contraponen en otros. Estas elecciones, su dinámica y resultados finales son una incitación a la reflexión con múltiples implicaciones, donde quizá la agenda política sea el resultado final, pero desde luego no el más importante.Me refiero al debate entre la concepción asociacionista, propiciada por Ma-ragall, y la concepción tradicional y comunitaria, formulada por Pujol. Uno parte de Estados Unidos y el otro de Europa. Uno apela al ciudadano y el otro al sentimiento de catalanidad. Para uno es más importante la ciudad, el deporte y la confianza interpersonal, mientras que para Pujol lo importante es la nación, el lenguaje y la gran familia. Uno representa una sociedad hecha a partir de ciudadanos independientes y abiertos, mientras que el otro tiene dificultades para disociar al ciudadano de Cataluña. Uno tiene puesta la mirada en el exterior y el otro pretende mirar al exterior desde dentro. Una confrontación con muchos aspectos nuevos, pero que se inscribe dentro del clásico debate entre Unamuno y Ortega. Pujol siente que Cataluña tiene mucho que decir a Europa, mientras que Maragall intuye que las relaciones con el exterior harán de Cataluña una sociedad con éxito y poder.

Dos líderes políticos contrapuestos que representan dos versiones diferentes de organización social y que se apoyan en lenguajes distintos: nación, patria, tierra, lengua, religión, familia, administración, financiación, un lenguaje que actúa desde lo institucional frente al idioma más urbano y universal de ciudad, gestión, deporte, elecciones, política, confianza social. Una política de estado desde la nación, frente a una política de estado desde la ciudad. Cada uno enfoca la política desde la versión europea o americana de la asociación, una percepción al viejo estilo de Tocqueville.

Sin embargo ambos comparten el hecho de identificar política con poder institucional y, al menos en esto, ambos están muy alejados de la sensibilidad ciudadana que reclama la política de lo social, una política de valores. El equilibrio de fuerzas, resultante de las urnas y de la posterior administración de los votos, abre cierta esperanza de que estas dos versiones contrapuestas de organización puedan ser superadas y, así, el sentimiento de la comunidad catalana encuentre una nueva forma que no caiga ni en la visión tradicional de la comunidad cultural ni en un conglomerado asociativo de relaciones sociales. En definitiva, una comunidad que no se limite a lo tradicional, a ella como protagonista, ni tampoco se quede en una saturación posmoderna, una mera interacción entre nosotros.

Sea cual sea su trayectoria, lo cierto es que a partir de ahora existe la oportunidad de debatir y remodelar. Un debate político que deberá ser más social que administrativo, más de contenidos que de gestión, lo contrario de lo ocurrido hasta ahora. El mismo debate que se podría haber producido también en la comunidad valenciana, si los acontecimientos socialistas no hubiesen truncado la posibilidad de enfrentar aquí ambas concepciones, como estuvo a punto de ocurrir.

Estamos hablando de un tema pendiente en todas las comunidades autónomas. Más pronto o más tarde, desde un discurso de valores y no desde los discursos institucionales, de gestión administrativa y estatutaria, los líderes políticos tendrán que prestar atención a las creencias y sentimientos comunitarios de los españoles. Tendrán que ser capaces de encontrar la forma de hacer viable el modelo de sociedad que buscan los ciudadanos.

Existen datos que señalan un cambio en la sensibilidad actual. Algo debilitada ya la moda de las sociedades de las múltiples elecciones y del individualismo asociacionista, se está volviendo la mirada hacia una sociedad con una concepción básica que oriente las vidas diarias. En la misma sociedad americana se levantan voces reivindicando el fortalecimiento de su viejo asociacionismo comunitario, superando así el individualismo exacerbado que les invade. También en la sociedad española comienza a tener atractivo una concepción social y cultural más básica y de grupo, y no tanto la organización de individuos independientes.

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Si la tendencia se mantiene, la España de las oportunidades debería modificarse en un futuro. Indicadores del cambio no faltan entre nosotros: los planes urbanísticos comienzan a ser criticados y los expertos recuperan el crecimiento sostenible que lanzaron los ecologistas en su visión catastrófica, pero real, de un futuro no muy lejano. Las instituciones académicas, sean públicas o privadas, se ven abocadas al fracaso porque ya no existe una concepción básica donde apoyar su transmisión de conocimientos. Los jóvenes manipulados por los intereses económicos de la actividad nocturna, ya no saben divertirse sin ella y empiezan a reivindicar que se abran hasta la madrugada los deportivos, las bibliotecas, los museos, al margen de los bares y discotecas, para vivir la ciudad de noche divorciada de los adultos y de sus trabajos racionales. Una ciudad diurna donde los niños inician la jornada a las siete de la mañana, quedando aparcados en colegios y guarderías, para que sus padres puedan ejercer su derecho al trabajo y a la realización personal.

Se impone un debate sobre la concepción social que se quiere perseguir. Cataluña tiene una oportunidad en esta nueva legislatura. Nuestra comunidad debería abrirlo sin las exigencias marcadas por unas elecciones inmediatas.

Adela Garzón es directora de la revista Psicología Política.

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