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Hipócritas

José Luis Ferris

JOSÉ LUIS FERRIS

La sociedad del bienestar, de la abundancia y el consumo compulsivo tiene, como todo exceso, sus miserias y sus esclavitudes. En tales modelos de falso desarrollo se producen hipercorrecciones de virtuosismo antinatural tan graves como la anorexia y sus secuelas, preferentemente en jóvenes que jamás supieron nada del Plan Marshall, la leche en polvo o los bocatas de aceite y sal. De igual modo que las fábricas de armamento se encargan de asegurarse su guerra en cualquier lugar del mundo con la fría atrocidad de las cadenas de producción, nuestro modelo de sociedad genera, sin ningún escrúpulo, ejemplos de belleza francamente imposibles destinados a la imitación.

Las heladas estadísticas hablan por millares de esos jóvenes que mueren en los hospitales convertidos en esqueletos de sí mismos tras unos años de calvario ante un plato de sopa, huyendo del pan como de un mal fario o una sobredosis calorífica capaz de desvirtuarles la carne. Los condicionamientos extrasanitarios de una enfermedad como la anorexia arrancan, básicamente, del mercado de la moda. Allí se busca, en esencia, un soporte óseo para las prendas que firman los grandes modistos, telas que recubren a criaturas andróginas adiestradas para una neutralidad apenas sensible. Pero el juego que provoca el seductor mundo de las pasarelas, de las revistas que anuncian los modelos del próximo invierno, acaba resultando mortal ante una trampa psicológica que va más allá de los casting. Sin embargo, el origen de ese trastorno de la alimentación es múltiple y, en consecuencia, complejo. Además de la moda, existe el bombardeo de una publicidad nociva que impone las leyes a seguir por los jóvenes o ciertos planes de adelgazamiento que alteran gravemente el metabolismo humano, factores, en suma, demasiado poderosos como para abolirlos con un decreto o una valiente actuación administrativa. La hipocresía social tiene a veces consecuencias tan nefastas como la macabra imagen de cuerpos que se autodestruyen sin remedio. El dinero mueve prototipos de belleza como las factorías material bélico para la depuración humana. Pero la carne no es reciclable y nada hay más necesario que abrazar un cuerpo de volúmenes tiernos.

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