XX AÑOS DE ESTATUTO DE GERNIKA Las paradojas del Estatuto PEDRO IBARRA
La práctica del Estatuto, según el autor, hagenerado conciencia de pertenencia a una comunidad diferenciada.
Se afirma que las demandas de superación del Estatuto devienen de su incumplimiento. Que, dado que la otra parte -los sucesivos gobiernos centrales- no ha cumplido sus pactadas promesas, no han transferido lo que tenían que transferir, se da por resuelto el contrato original, y se inicia un nuevo proceso; se inicia, desde la afirmación de la soberanía, el establecimiento de un nuevo marco jurídico.Cierto. Pero más cierto todavía lo contrario. Hoy es posible -resulta razonable- el inicio de un nuevo proceso, porque el Estatuto ha funcionado, por que el Estatuto ha tenido éxito. Dicho de otra forma, se abre una nueva etapa de autogobierno no tanto a causa de los males, de las insuficiencias, de las frustraciones del Estatuto sino como resultado de sus bienes, suficiencias y plenitudes. La práctica del Estatuto ha generado conciencia de pertenencia a una comunidad diferenciada. No quizás conciencia nacional en el sentido más ideológico del termino, pero si conciencia de pertenecer a un pueblo (o a un sociedad si se prefiere) que de hecho vivía -o por lo menos percibía- y vive la cotidianeidad de forma diferenciada; como algo propio, distinto respecto a otras sociedades, a otros pueblos. No todas la cotidianeidades posibles, pero si un significativo conjunto de ellas, y además muy cercanas. La sanidad, la educación, las carreteras, la lengua, los impuestos, la seguridad son contextos que conforman la vida diaria; y son realidades que en su expresión visible se asumen como especificas de este país.
Los dineros de los impuestos van a nuestras diputaciones y a nuestro Gobierno, nuestras calles las vigilan nuestra Ertzaintza; son nuestras autoridades educativas las que organizan el aprendizaje de nuestra lengua y son nuestras instituciones sanitarias las que gestionan la cura de nuestras dolencias.
El desarrollo diario de autogobierno derivado del Estatuto ha generado la creencia en nuestra sociedad de que vivimos en una comunidad que decide sobre sus asuntos, en una comunidad -en la práctica- soberana. Y sobre todo que vive esa nación sociológica (difusa y rutinaria) como algo dado; como algo natural (horrible expresión, pero útil para nuestro caso). Como algo evidentemente posible, porque esta ahí, formando parte de nuestras cercanos y cotidianos afanes y desvelos. Por supuesto que este país no es jurídicamente soberano, ni lo era cuando pactó el Estatuto, pero lo que si parece que los que en el vivimos nos creemos que lo normal (también horrible palabra) es que nosotros decidamos, porque de hecho y en un buen número de asuntos que afectan a nuestras vidas lo llevamos haciendo desde hace también un buen número de años.
Ahora es cuando viene la frustración de los incumplimientos o de las sentencias de los tribunales centrales negando o reduciendo competencias; es ahora donde surge la pregunta. ¿Cómo es posible que a nosotros, que decidimos sobre lo nuestro, nos digan ahora que no podemos decidir más, o que hemos de decidir de otra manera?
Si es así, es que las leyes del Estatuto nos coartan, y si es así estas leyes deben ser cambiadas. Es decir las mismas leyes,que generan esa conciencia decisoria, se ven como un obstáculo para decidir . De lo que se deduce que un marco político establecido para -via normas jurídicas- construir una conciencia autonomista, ha construido -via hábitos sociales-, una conciencia nacionalista, o al menos un conciencia de que lo obviamente razonable es que nosotros decidamos sobre lo que nos dé la gana.
Otra paradoja. El Partido Nacionalista Vasco ha ejercido el poder con el Estatuto. Con diferencia el que más poder ha ejercido a lo largo y ancho del país. En la cosa del poder no les ha ido nada mal. Lo de mandar no es por supuesto la única forma de mirar o estar en el mundo; pero resulta bastante satisfactoria. Y resulta que ahora quieren dejar esa fuente de poder. Lo que sin duda les honra. A no ser que crean que en un escenario político de más autogobierno pueden tener más poder. No parece fácil; pero en cualquier caso tampoco resulta deshonroso quererlo. Una tercera paradoja es la que se les presenta a los socialistas. Por un lado saben que esa curiosa mezcla de éxito y fracaso del Estatuto ha generado nuevas demandas de autogobierno, y demandas no solo provenientes de los principales partidos nacionalistas vascos.
En unas muy recientes declaraciones, Nicolás Redondo, se deja entrever un cierto deseo de avanzar hacia posiciones más vasquistas, más propias. Y el PSE-EE sabe (Eukobarómetro mayo 1999) que la mayoría de sus votantes no se opondría a la concesión del derecho de autodeterminación; y ello es así, porque decidir, determinarse, les parece algo -reitero- natural. Algo que se desprende de la naturaleza de las cosas. De las cosas que pasan y se viven en este país. Pero por otro lado también les resulta difícil asumir el previsible liderazgo del PNV en éste, al parecer, inevitable proceso hacía mayores cotas de autogobierno. A los socialistas no les parece preocupar tanto el proceso en si mismo como el tener en él un papel marginal. Lo que, dicho sea de paso, obliga a los grupos nacionalistas -hoy más que nunca- a hacerle lo más gratificante posible su eventual integración en ese proceso. En resumen que no hay que dramatizar esta historia del Estatuto. Su vida y porvenir constituyen una paradoja. Sirve o ha servido para lograr lo que se dice que impide. Paradojas como las que cruzan las políticas de sus valedores o detractores. De lo que se desprende que en esto de las construcciones nacionales, a pesar de lo que se crea o se diga que se siente, nada es natural, eterno, inamovible. Nada, como nada es natural en las construcciones humanas. Afortunadamente.
Pedro Ibarra es catedrático de Ciencia Política de la UPV.
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