ARTE Y PARTE Ahora, un frente catalán ORIOL BOHIGAS
Han aparecido ya tantos comentarios y tantas propuestas para resolver el jeroglífico político de Cataluña después de los últimos resultados electorales que, seguramente, este artículo parecerá reiterativo o impertinente. Pero me resisto a dejar de opinar sobre estas nuevas circunstancias, aunque sea para repetir temas a los que me he referido insistentemente incluso en estas mismas páginas. Hace dos semanas decía que la solución política de Cataluña en estos momentos en que se emborrona el viejo empuje nacionalista de CiU, era una coalición de izquierdas catalanas. Los resultados han demostrado que era un consejo plausible. Si PSC-CpC, ERC e IC-V hubiesen presentado a tiempo esa coalición para todas las circunscripciones -manteniendo las diferencias identificables y subrayando tantos aspectos comunes-, el catalanismo de izquierda -el único posible y persistente como la historia ya ha demostrado- hubiese podido formar gobierno y dar un paso de gran trascendencia política. Por lo menos la experiencia puede haber puesto los cimientos para estructurar inmediatamente esa coalición para los próximos comicios.
Los resultados han establecido una situación difícil: Maragall ha ganado por votos y Pujol por escaños. La solución atenderá, sin duda, los procedimientos legales, pero será al fin poco expresiva de la realidad política del país y acarreará consecuencias conflictivas. Si el panorama no cambia, Pujol -y anteriormente la mesa y el presidente del Parlament- será elegido con los votos de CiU y del PP, en contra de la mayoría de votos de izquierda y en conflicto con la opinión de muchos votantes de CiU que no esperaban ese matrimonio aparentemente contra natura, aunque social y económicamente previsible. Parece que nos acerquemos a una Cataluña como la que proponía Cambó en sus peores últimas épocas -españolista, católica, conservadora y monárquica-, una Cataluña que los votos de la histórica ERC -la de Macià y Companys- supieron frenar a tiempo. Será, si las cosas van por este camino, la primera vez que un presidente de la Generalitat sea elegido con los votos decisivos -y los pactos que los apoyarán- de un partido no sólo anticatalanista, sino anticatalán. Las promesas de eficacia catalanista de la gestión de CiU en Madrid se verán ahora debilitadas con las concesiones que Pujol deberá hacer para mantener su candidatura.
El apoyo del PP creará en este país una grave situación de descontento y de ingobernabilidad. Muchos -incluso los políticos afectados- estarán esperando lo que ocurra en las próximas elecciones estatales y se mantendrán en una provisionalidad ineficaz. Si, como es previsible, gana el PP en Madrid con un margen amplio, el apoyo a CiU se tambaleará y es posible que se produzcan traumas decisivos. Si gana el PSOE con poco margen, Almunia -de escasa convocatoria y de manifiesta mala educación respecto a Cataluña, demostrada cuando, aparejado a González, dio el plantón al último discurso electoral de Maragall- no tendrá reparos en buscar la alianza de CiU como hicieron González y Aznar y acabará de marginar la izquierda catalana, que aparece ahora como la más operativamente catalanista.
Si cambia un poco el panorama, quizá Pujol sea elegido con el apoyo exclusivo de los votos de ERC aceptando una participación en el Gobierno, cosa que tranquilizaría a CiU pero relegaría a los republicanos a un escaso rendimiento político en el futuro, como ocurrió en la época de Barrera, Hortalà y Colom. Espero que la ERC de Carod no nos defraudará y no tropezará en las mismas falsas tentaciones que la hundieron y que dificultarían la futura coalición de izquierdas.
Sólo hay un camino para salvar la tranquilidad democrática y el fortalecimiento del catalanismo. Es el camino que Carod propugna desde hace tiempo con gran inteligencia: formar un Gobierno -aunque sea provisionalmente hasta la primavera- en el que intervengan todas las realidades políticas de Cataluña, las que en conjunto han merecido casi la unanimidad de los votantes, desde CiU a IC-V, del centro derecha a la izquierda, sin contar con el PP para que este partido tan abnegadamente español pueda desarrollar libremente su política nacionalista.
Muchos ciudadanos ven imposible una cohabitación Maragall-Pujol, con lo que demuestran poca confianza en la salud democrática de Cataluña o, simplemente, saben que Pujol se opondrá a cualquier arreglo, encariñado con la idea de ser el campeón de las seis victorias. Por otro lado, hay infinitas formas para alcanzar un frente común relativamente cómodo. Quizá no haga falta que ni Maragall ni Pujol -o uno de los dos- entren en el Gobierno, y se mantengan, en cambio, en los respectivos liderazgos parlamentarios. Hay muchos personajes en las listas de los cuatro partidos cuyas tendencias podrían ser puestas a debate de gobierno sin deterioro del decoro político. Y, además, hay que recordar que para entrar en el Gobierno no hace falta ser parlamentario. El abanico de cohabitables es, por tanto, ancho y generoso, sobre todo si no se limita al campo estricto de los consejeros, sino que se amplía a otros altos cargos, a menudo más operativos y más decisivos en la marcha cotidiana del país.
¿Qué va a ocurrir? Por ahora lo único previsible con alguna certeza es la primera solución: un presidente con una mochila no demasiado llena de votos, apoyado por el partido más anticatalán. Estoy seguro de que Pujol, al que considero un patriota conspicuo y un político inteligente, no jugará a favor de ese equívoco democrático y entenderá que el país -y la opinión de sus ciudadanos- es más importante que la historia de un partido o la biografía de un político. Está en sus manos encontrar una solución de gobierno que responda a la opinión mayoritaria del país, aunque sea aceptando algunas contradicciones. Todas ellas serán menos graves que apoyarse simplemente en los votos del PP.
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