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Diálogo con el hombre del espejo

JOSÉ LUIS MERINO

A primera vista, la exposición de Alberto Rementería en la galería Windsor de Bilbao posee un cierto parecido con una almoneda de pintura. Una vez analizada la muestra nos percatamos de que sus proposiciones no resultan tan almonedadas. La mayoría de las obras se centran en su propia imagen. Se pinta desnudo o pinta la escuetez de su rostro. Si desnudo, lo hace exhibiendo un calculado pudor. Cierto es que la mostración del desnudo tal cual podía desvirtuar la idea que quiere plasmar. Pero no es menos cierto que el forzamiento a ocultar lo prohibido (¡a estas alturas!), produce un rechazo a considerar adecuadamente completados los resultados finales. Respecto a las efigies de su propio rostro, ahí su mano recorre con variedad y talento múltiples expresiones. Las formas y los colores crean un mosaico atractivo. Abundan los colores negros, grises, que confieren una suerte de siniestrabilidad sugerente.

Rementería aduce que verse en el espejo es iniciar un diálogo extraño con un desconocido que es él mismo. Y añade: "Pintarse es ir en busca de ese desconocido que tenemos delante". Los pequeños desnudos que cuelgan por las paredes de la galería son leves bocetos, que servirán como base para culminar los desnudos más grandes. Sólo uno de los bocetos tiene un valor como pintura creativa. Los demás son meros encajes de posturas.

Dos obras grandes de colores vivos y detonantes vienen bien para calibrar a este artista. En tanto en una de ellas todo resulta dislocado, donde se muestran algunos pasajes torpes, con un vale todo porque sí, en la otra, esos mismos pasajes y ese albedrío se justifican con un tratamiento acertado.

En unas obras cuyo tema es una puerta de entrada, lo que el artista llama entrada de batzokis, que fueron pintadas en una época sumamente colorista, lo que hace ahora es pasar el tenebrismo, por así decirlo, con el que opera en los autorretatos y trasladarlo a esas puertas de entrada. Por otra parte, en ese juego de puertas "negruzcas" hay distintos matices, como son las apariciones de grafías churriguerescas en las fachadas, y otras con su supresión, por lo que quedan como elementos de corte geométrico, es decir, casi desaparece el tema de la puerta para dar cabida a formas de naturaleza abstracta.

En el variado mapa de propuestas vienen a la memoria artistas como Lucian Freud, en lo concerniente a la actitud opcional por el desnudo, y Eduardo Arroyo, en la manera de tratar los rostros, en su faceta siniestroide, con su proyección aparente de portar antifaces, que, por otra parte, ni hay siniestrismo ni hay antifaz alguno visibles.

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En nuestro diálogo con el artista, nos reconoció que las escaleras aparecientes en algunos de sus aurretratos desnudistas, se introduce un "guiño" hacia Marcel Duchamp. Alude al famoso cuadro del francés titulado Desnudo bajando por la escalera. En cuanto a la escaleras en sí, indica que es un artefacto útil, cotidiano, donde al subir se cambia la visión. Es un utensilio enormemente práctico.

Para volver a lo del pudor, y como quiera que se lo dije abiertamente, Rementería se afirmaba en que podía distraer la atención del espectador. Le recordé que Lucian Freud mostraba los desnudos en su totalidad, sin tener en cuenta al espectador, o sin tener en cuenta lo que el espectador podía pensar. La expresión del artista debe fundamentarse en la libertad. Si no hay libertad no hay creación válida posible...

Para refutar mi argumento el artista recordó que en una de sus obras (una de las dos grandes, ya aludidas) se mostraba el sexo masculino. Mas no era verdad, puesto que la manera de presentarlo se daba en un contexto caricaturesco. Resultaba un atributo sin dueño, con un tono jocoso, una gracia burlona. La mención a ese cuadro y a ese atributo burlesco da prueba de su no confesado pudor.

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