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CAMBIO EN ARGENTINA

De la Rúa o el fin de los caudillos

El líder radical representa la irrupción de un tipo de político sin el carisma de Menem o Alfonsín

"Puede ser una sorpresa", decía a este diario un consejero de Fernando de la Rúa, en víspera de las elecciones, para explicar que, con el triunfo en la mano, el nuevo presidente estará obligado a hacer transformaciones radicales, y para ello tiene en cartera algunos proyectos de choque. "Le vota la clase media, las mujeres, los jóvenes... Tiene que darles algún proyecto educativo descomunal. Vamos a asistir a una revolución en educación como nunca se ha visto en Argentina. Puede ser capaz de entusiasmar de nuevo a la sociedad".Más allá de las expectativas sobre el próximo presidente argentino, con la llegada de De la Rúa cambiará, de entrada, un estilo de hacer política. Termina una época en la que el jefe del Estado ha sido sinónimo del líder fuerte que ha proyectado una imagen de caudillo todopoderoso. El nuevo presidente encarna otras maneras, más cercanas a las de un tipo normal. Ni De la Rúa ni su rival del Partido Justicialista (PJ), Eduardo Duhalde, soñaban con el liderazgo absoluto; no están en condiciones; no son figuras de consenso capaces de despertar el apoyo unánime en sus respectivas formaciones políticas. Con todo, De la Rúa no debería sentirse débil dentro de la Unión Cívica Radical (UCR), donde milita desde los 18 años y que preside desde el año pasado.

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Instalado en la Casa Rosada, tratará de sacudirse la sombra de Raúl Alfonsín. Su relación con el veterano caudillo del radicalismo no es fácil y nunca ha transitado por los caminos de la amistad. Al igual que ocurrió con Alfonsín, la imagen de De la Rúa ha crecido a medida que ha ido avanzando la campaña electoral. Si en 1989 Menem representó la voluntad de cambio frente a un agotado Alfonsín, esta misma voluntad la encarna hoy la Alianza, la coalición electoral que encabeza De la Rúa, a pesar de que Duhalde haya intentado convertir en patrimonio propio la consigna del cambio. Los electores entendieron que el PJ representaba el continuismo.

Uno de los grandes retos que tiene De la Rúa es cumplir el compromiso que ha reiterado a lo largo de la campaña electoral: combatir la corrupción. ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar el nuevo presidente a la hora de investigar los delitos cometidos en las privatizaciones, los sobornos multimillonarios, el mal funcionamiento de los organismos reguladores, la evasión fiscal o las irregularidades en la aduana? El penalista Raúl Eugenio Zaffaroni, director del centro anticorrupción creado por la Alianza, asegura que no se ha sellado ningún pacto de impunidad con el Gobierno saliente, que se investigará a los funcionarios de la etapa que termina y que el brazo de la justicia podría llegar incluso hasta Menem. "Lo que no habrá", subraya Zaffaroni, "es una caza de brujas".

El peronismo empezó a perder la elección hace dos años, cuando Graciela Fernández Meijide y Carlos Chacho Álvarez, los dirigentes más representativos del Frente para un País Solidario (Frepaso), una coalición de partidos liderada por el Frente Grande que habían fundado los disidentes peronistas, la democracia cristiana y los socialistas, convencieron a los radicales representados por Raúl Alfonsín, Fernando de la Rúa y Rodolfo Terragno de la necesidad de conformar en principio una Alianza electoral para las parlamentarias de octubre de ese año y, si funcionaba, consolidarla luego como una opción para las generales.

La sorprendente victoria electoral de entonces en la provincia de Buenos Aires, cuando Graciela Fernández Meijide derrotó a la lista peronista que encabezaba Chiche Duhalde, la esposa del gobernador, modificó la relación de fuerzas dentro del peronismo.

El hasta entonces candidato natural Eduardo Duhalde perdió el pie en el andar seguro hacia la sucesión de Menem. La investigación por el asesinato del reportero gráfico José Luis Cabezas, que llevó al suicidio al poderoso empresario Alfredo Yabrán, había enfrentado ya a Duhalde y a Menem. Herido Duhalde por la derrota electoral de su esposa y sin otro rival a la vista, el propio Menem comenzó a tejer la posibilidad de una tercera reelección.

Los anuncios de Menem 1999 se siguieron pegando en las vallas de todas las ciudades del país hasta hace un mes, cuando fueron reemplazados por los de Menem 2003, fecha en la que aspira retornar a la presidencia. En su búsqueda de una argucia legal que le permitiera conseguir lo que la Constitución le impedía, Menem dejó en piloto automático la Administración del Estado y convirtió su despacho en una unidad básica, como se llama a los locales partidarios donde se reúnen los militantes peronistas.

En mayo, cuando finalmente Duhalde logró que Menem le cediera la presidencia temporal del partido y se lanzara definitivamente a la campaña en todo el país, las encuestas indicaban una cierta paridad en la tendencia de voto favorable a los dos principales candidatos. Pero Duhalde contribuyó luego con sus propios errores a aumentar la diferencia que le distanciaba de De la Rúa. La inseguridad de la provincia de Buenos Aires le estalló en las manos con hechos que revelaron la indefensión de los ciudadanos y el descontrol de la policía, sometida a la profunda reforma que llevaba a cabo el ministro León Arslanián, ex presidente del tribunal que condenó a las juntas militares de la dictadura.

El candidato peronista a la gobernación, Carlos Ruckauf, promovió un discurso de mano dura que obligó a Duhalde a aceptar la renuncia de Arslanián a la Secretaría de Seguridad y a sustituirlo a su vez por un ex juez cuestionado por la Alianza, que tampoco duró demasiado en el cargo. Cuando sólo faltaba poco más de un mes para las elecciones generales, todo parecía ir en contra de la imagen pública de autoridad que parecía mantener con aspiraciones al gobernador. Todo parecía ir en contra. Y fue.

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