Desmitificación de Cataluña
JOSEP RAMONEDA
1. El 17 de octubre, Jordi Pujol entregó su aura. El santo bajó de la peana. La nación con la que se sentía en una especie de concordancia telúrica dio más votos a su rival. El mito se destiñe. Entre el carisma y el poder, Pujol ha preferido seguir gobernando. Probablemente es esta insaciable voluntad de poder la que le ha llevado hasta superar el récord de Induráin. Pujol prefiere el poder a la gloria. Sabe que los próximos cuatro años pueden teñir su trabajada imagen, que cuando hable en nombre de Cataluña su voz ya no resonará como antes, pero prefiere alargar su poder aunque sea a costa de su propio mito. Desde el día 17, Pujol es uno más, condenado a depender de su pesadilla -el PP- o de su sombra -Esquerra- y con la fecha de caducidad escrita. Éste es el primer gran factor de cambio, que hace que Cataluña entre en una nueva situación en la que nadie puede situarse por encima de los demás. Pujol sigue el destino de su amigo González en 1993. Como entonces, las grandes ciudades han optado por el cambio. Ha sido en las ciudades medias y en el mundo rural donde Pujol ha encontrado su salvación. El nuevo mapa político consagra las diferencias culturales entre la aglomeración barcelonesa y el resto de Cataluña.Toda una cultura construida sobre la confusión entre nacionalismo y pujolismo se va al traste. De lo nacionalista se ha pasado a lo nacional. No es posible hacerse un lugar en la vida política catalana sin razonar en clave nacional; el PP paga, entre otras cosas, la incapacidad de asumir este hecho. Pero en el espacio nacional hay un agujero negro que lastra la política catalana: la abstención. Cuando varios centenares de miles de catalanes no se sienten representados por nadie en las elecciones autonómicas es que algo falla en la definición del campo de juego. Cataluña ha ido superando el tabú de la lengua, no construyamos ahora el tabú de la abstención. Nadie quiere oír hablar de ella. Los nacionalistas, porque lo interpretan como una voluntad de deslegitimarles, y los socialistas, porque han fracasado, una vez más, en la tarea de dar motivación a quienes les apoyan en las generales y les abandonan en las autonómicas. El marco nacional catalán no estará completo hasta que los que ahora se autoexcluyen recuperen la voz. El terreno de juego en el que se han disputado hasta ahora las elecciones catalanas -y que los partidos no nacionalistas no han sabido modificar- neutraliza a una parte del electorado. Debía ser la oportunidad de ampliar el campo de juego. No se ha conseguido.
2. La aceptación acrítica de la abstención por parte de los principales partidos catalanes es un error. No cabe escudarse en que en otros países -siempre el ejemplo americano- se vota menos. La democracia se refuerza con la participación. A Pujol se le ha ido gente sencillamente por cansancio. Pero por el lado de la izquierda la abstención permanece. Los socialistas sólo han arrancando unos cincuenta mil votos a la abstención. Este fenómeno tiene causas específicas catalanas, pero tiene también unas claves de ámbito europeo, como explicaba Ralf Dahrendorf en este periódico. El electorado tradicional de la socialdemocracia está optando cada vez más por la abstención porque no se le ofrece nada atractivo en lo simbólico ni nada específico en lo práctico que diferencie la oferta socialista de la derecha. La izquierda no puede mirar a otra parte, porque quedará desguazada sin darse cuenta.
Dos días antes de las elecciones tuve un breve y casual encuentro con Jordi Pujol. "Tenemos que plantear las cosas de otra manera", me dijo el presidente. Nos estamos equivocando en no hablar a la gente de otra cosa que de dinero y de números, en no ofrecerles otro horizonte que producir y comprar. Aunque algunos puedan pensar que suena a carca, tenemos que hablar de moral y de responsabilidad". Pujol intuye el fondo de la cuestión. Durante muchos años él ha utilizado el nacionalismo a tope para hablar y ofrecer a la gente algo más que números. Pero el discurso nacionalista se ha hecho cacofónico y, como se ha visto en las elecciones, empieza a no bastar. La gente necesita algo más para no sentirse perdida como un náufrago luchando por el imposible edén económico. Pujol lo sabe, aunque en esta campaña pareció, en muchos momentos, olvidarlo.
Pero es la izquierda la que necesita darse cuenta de que no sólo de pan vive el hombre. La derecha, con el pragmatismo que se le supone y las referencias simbólicas de siempre, tiene margen para seguir. La izquierda, no. La izquierda tiene que pensar en su gente. A la hora de decidir el voto pesan, sin duda, los factores económicos y de clase. Pero no es sólo el interés, medible en magnitudes económicas, lo que determina al elector. En el voto intervienen factores de simpatía, de sensibilidad, de tradición e incluso de cierta ilusión. La izquierda corre el riesgo de perder los viejos y obsoletos referentes sin haber creado de nuevos. No basta con descubrir los valores del empresariado y del riesgo para devolver el ánimo al elector socialdemócrata tradicional. Esta canción ya se la ha cantado la derecha. La izquierda no puede perderse en terceras vías de diseño que, queriendo atrapar a todo el mundo, no se dirigen a nadie.
Es difícil pedir a un político como Maragall, que ha obtenido un gran resultado, que mantenga despierto el sentido crítico. Pero los socialistas deberían preguntarse por qué ni siquiera habiendo una posibilidad real de ganar han conseguido arrastrar a la totalidad de su gente. Son las respuestas a estas preguntas aguafiestas las que pueden garantizar el éxito futuro.
3. Es la hora de la política en Cataluña. Los socialistas intentarán arrinconar a Pujol en la derecha, pegado al PP. Pujol buscará en Esquerra el oxígeno nacionalista que le permita esquivar los efectos de la inmunodeficiencia que provoca en Cataluña el flirteo con el PP. Esquerra deberá demostrar su sentido del tiempo. Un cambio en el ritmo tranquilo utilizado hasta ahora podría hacerle perder el margen de maniobra que le ha permitido consolidarse después de las turbulencias de la escisión. Durán capitalizará los servicios de campaña y esperará su turno. Pujol deberá arbitrar en las luchas sucesorias, de cuya evolución depende el futuro de la coalición, y quizá las legislatura. Maragall deberá aprender a hacer una oposición eficaz y
tendrá que administrar el complejo entramado político sobre el que está instalado. Esta elección la han perdido los aprendices de brujo que pensaban que, pasara lo que pasara, salían ganadores, porque, o se cargaban a Pujol o se cargaban a Maragall. Finalmente se ha dado el único resultado que no querían: ni se han cargado a Pujol ni se han cargado a Maragall.Pero todo esto es política parda. La gran novedad política en Cataluña es que Pujol ya no tiene la impunidad para reinar arbitrariamente, decidiendo qué toca y qué no toca, utilizando los medios de comunicación públicos como aparatos de propaganda y repartiendo prebendas y privilegios. El panorama político ha cambiado. Y esto, forzosamente debe notarse en las instituciones, salvo que Convergència i Unió cometa el error de enrocarse en un numantinismo suicida. Aquí aparece el verdadero papel que corresponde ahora a Maragall. Asumir, desde la legitimidad de ser el más votado, una oposición seria, rigurosa, implacable, que permita que el cambio empiece a notarse aunque no gobierne el cambio. Para ello tiene que pasar pronto de las fantasías poselectorales a las propuestas concretas.
Las elecciones generales clarificarán estrategias y perspectivas. Los nacionalistas catalanes se encuentran en una situación paradójica: de la fuerza que tengan en Madrid dependerá su fuerza en Cataluña. El apoyo aparentemente incondicional que Aznar ha ofrecido a Pujol lleva veneno. La batalla PP-CiU por el voto útil de la derecha será dura. La situación de Convergència i Unió puede ser más delicada a medida que pase el tiempo, porque los cálculos de futuro de algunos pueden chocar con la perspectiva limitada en el tiempo de Pujol. Éste buscará redondear su excepcional andadura. Sus herederos, los supervivientes de las distintas purgas hechas por el presidente, empezarán a situarse en el día después. Puede que no todos miren en la misma dirección. Por eso, el papel de Maragall, presionando desde la oposición, es fundamental para que se note el cambio que en las urnas se ha dado. Y para poder garantizar que al final del pujolismo el campo de juego catalán esté abierto y lo nacional no signifique exclusión alguna.
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