Viejas caras, nuevos valores
JULIO SEOANE
Aunque es cierto que actualmente casi todo es posible, también es verdad que hay cosas improbables. Y algunas, muy improbables. Por ejemplo, resulta difícil creer que una persona cambie de repente su sistema de valores, ya sea la manera que tiene de entender la familia, el aprecio que siente por el dinero o cualquier otra cosa similar. Si esto es así para el ciudadano corriente, debe serlo también para el político. Sin embargo, cada día es más frecuente ver caras conocidas desde hace ya tiempo en la vida pública defendiendo nuevos valores.
Blair el innovador ha tenido mucho que ver en todo esto. Siendo de una generación de posguerra, puede haber interiorizado algunos valores de la actualidad o, al menos, sus gérmenes. Pero también se rodea de intelectuales y creativos que elaboran frases, ripios y guiños muy a la moda. Sin embargo, el efecto Blair está contagiando excesivamente a muchos políticos actuales, que aceleran su aproximación a la novedad con una velocidad similar a las figuras del viejo cine cómico, en un intento desesperado de estar al día. Se puede y hasta se debe estar al día en información o en conocimiento, pero los valores es una cuestión de años, a veces de muchos años, y no de días.
Felipe González cuenta una conferencia sobre la nueva política y se transforma, casi se transfigura, en lo último de lo último. Esperanza Aguirre habla y defiende, también en conferencia espontánea, a la nueva mujer del siglo XXI. Maragall se ilumina más allá de nuestras fronteras con el nuevo estilo. Pujol intenta fundirse con la sensibilidad de fiestas, músicas y noches de las últimas generaciones. Simples ejemplos de una larga serie, casi de una actitud que empieza a ser sistemática.
La sociedad evoluciona con rapidez, pero los individuos lo hacen más despacio. Podemos cambiar, sin duda, y afortunadamente. De opinión, cambiamos con mucha frecuencia. Las actitudes cuestan más, se modifican poco a poco, lentamente. Los valores nos acompañan casi toda la vida, con pequeños mati-ces. Eso sí, podemos defender racionalmente una nueva concepción, una forma distinta de vivir o de relacionarse, porque nos parece adecuada, conveniente o hasta necesaria para la época actual. Pero otra cosa distinta es fingir una conversión casi imposible. Mucha gente adulta o hasta mayor entiende que es bueno defender el medio ambiente, pero casi ninguno intenta hacerse pasar por un ecologista profundo.
El político puede defender los nuevos estilos y tendencias sociales al menos por tres razones. Porque comparte los valores, y casi siempre pertenece a una generación joven de políticos. Porque comparte las razones y argumentos que justifican esa política, aunque sus valores sean de otra época. Porque quiere aparentar juventud y renovación, sin compartir valores ni argumentos, le basta con los apuntes recibidos el día anterior. En las últimas campañas electorales acapara demasiado la atención este último tipo político. Se falsifica a sí mismo, se nota, porque desde luego se nota, disminuye su credibilidad y el ciudadano se aleja desconfiado. El resultado es, entre otros, la abstención. ¿Creen ustedes que aprenderán la lección para la nueva campaña que está comenzando?
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