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Tribuna:URBANISMO
Tribuna
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Plaza baldía (antes, plaza del Carmen)

Hará un par de años, en un diario de la capital se publicó una información en la que se anunciaba una reforma de la plaza del Carmen y de las calles circundantes. La noticia no inquietó demasiado. La plaza no era un ejemplo de arquitectura monumental, se estaba acostumbrado a ella y nos caía simpática a la mayoría de los vecinos, pero era algo que, sin duda, se podía embellecer. Pasó el tiempo y un día desembarcó -el término es justo- un grupo de "embellecedores". Lo primero que hicieron fue ocupar la plaza con sus máquinas y barracones. Ante las protestas de los vecinos, los invasores se desplazaron a las calles adyacentes y los trabajos comenzaron.A medida que las obras avanzaban, las dudas crecían. Todas las plantas fueron desarraigadas y el 80% de las zonas verdes fue sustituido por losetas de fibrocemento, tipo "miércoles de ceniza". El conjunto invitaba a la meditación sobre lo efímero de las cosas de este mundo. Algunos peatones hablaban solos, pero como no llevaban teléfonos móviles me acerqué para escuchar lo que decían; uno de ellos, que marchaba cabizbajo, parecía que musitaba algo; me acerqué y oí que decía: "Miré los muros de la patria mía,/ si un tiempo fuertes, ya desmoronados,/.../y no hallé cosa en que poner los ojos/ que no fuera recuerdo de la muerte".

Era, sin duda, un poeta, pero otros ciudadanos, menos cultas, emitían juicios poco favorables sobre las capacidades estéticas de los autores del embellecimiento de la plaza. Nadie comprendía el sentido de la operación y las críticas eran casi unánimes.

Algunos constatamos que en los suelos de otras plazas y paseos de la ciudad se había producido, o se estaba produciendo, un proceso idéntico de fibrocementación y de eliminación de lo verde. Esta generalización parecía indicar que, "aunque todo es puro delirio, no deja de haber cierta ilación en ello", como decía el padre de Ofelia. Puede ser que las críticas, algunas despiadadas, de los paseantes sean, simplemente, el fruto de la sorpresa ante lo nuevo incomprendido, incomprensión que les lleva a "despreciar lo que ignoran".

Posiblemente nos encontramos ante una nueva escuela de urbanismo, una tendencia, sin duda, innovadora, y aquí siempre se ha rechazado todo intento de renovar; es un lugar común decir esto, pero es verdad. Y por ello merece tomar en serio el nuevo urbanismo, que está gestándose ante nuestras narices, para valorarlo adecuadamente,

"Por sus frutos los conoceréis" es un buen método, científico, de estudiar un fenómeno nuevo. Comencemos por eliminar ciertos factores que aun ejerciendo una influencia puede que no sean los fundamentales. Así, la estética la dejaremos aparte, por el momento. La eliminación sistemática de los espacios verdes tiene, en nuestra opinión, un fundamento que no es simplemente cromático, hay más. Es, sin ningún género de dudas, un rechazo, fundado, del ciclo de Calvin. Éste es el nombre que recibe el conjunto de reacciones químicas mediante las cuales el dióxido de carbono, gas carbónico, se reduce a carbohidrato durante la segunda etapa de la fotosíntesis. En la fotosíntesis interviene la clorofila, que es un pigmento verde que al absorber la energía luminosa la transforma en energía química, que permite la formación de carbohidratos a partir del dióxido de carbono del aire y del agua del suelo; es decir, produce azúcares, almidón, glucógeno, celulosa y otros productos orgánicos. La clorofila resulta que es la que confiere el color verde a las plantas.

La luz es energía; por eso cuando la luz solar ilumina un cuerpo lo calienta; es decir, la energía luminosa se transforma en calor. En el caso de las plantas, la luz que cae sobre ellas se convierte en energía química por la función clorofílica. Ésta es una de las razones por las que las áreas con vegetación estén más frescas que las zonas áridas. Al absorber el dióxido de carbono se limpia la atmósfera y resulta que en el proceso se produce oxígeno, cosa buena para los pulmones de los ciudadanos. Pero el ciclo de Calvin no sólo produce sustancias que participan en el crecimiento de las plantas y al tiempo ayuda a refrigerar y purificar el ambiente. También generan hojas en las plantas (que es por donde "entra" la luz en los vegetales), y estas hojas, en la mayoría de los casos, se caen y ensucian el espacio urbano, lo que requiere la presencia de "técnicos de superficie" (antes, barrenderos). Suprimiendo las plantas verdes se elimina el ciclo de Calvin, y con él, el crecimiento de las hojas. Si no hay hojas, éstas no se caen, y sin hojas caídas no hay necesidad de "técnicos de superficie". Limpieza y menos salarios, todo son ganancias, tanto estética como crematísticamente. ¡Genial!

Sí, está bien, pero queda el efecto térmico, el caldeo del ambiente y la contaminación del aire. Esto, en el caso de una plaza, es importante, ya que circulan coches con motores de combustión interna, que generan, entre otros contaminantes, el dióxido de carbono. Pero estos nuevos urbanistas han sabido resolver este problema. Si no parece que su fuerte sea la botánica, lo es la termodinámica. Al dejar la plaza en puro fibrocemento, el suelo se calienta lo suyo, y este caldeo hace que se forme una corriente de aire caliente, una ascendente, que se supone que arrastrará a la alta atmósfera el aire contaminado. Esta solución tiene un pequeño efecto colateral: la temperatura en la plaza es de purgatorio, como se decía antes, y los paseantes la esquivan; pero con menos visitantes hay muchos menos papeles y colillas en el suelo, aumentando, esta vez por vía térmica y no biológica, la limpieza de la plaza.

En la plaza quedaban los árboles; derribarlos sería una cosa espectacular, algunos tienen más de 16 metros de altura. En todos ellos seguía funcionando el ciclo de Calvin, con lo de las hojas. ¿Qué hacer?, como diría Vladimiro Ilich. La fértil imaginación de estos nuevos urbanistas tiene una respuesta original para este problema: la gota y el adoquín,

En la plaza hay 20 árboles originales, de 10 a 16 metros de altura. Poco antes del arreglo se plantaron siete arbolitos, y durante el embellecimiento, 12 más. Hay, y es una joya, un olivo. Durante el fibrocementado se tendió una red de irrigación subterránea de gota a gota y a los árboles se les dejó un pequeño círculo de tierra en su pie, que se cubrió rápidamente con adoquines sintéticos. El resultado del apaño: de los 20 árboles veteranos, cuatro han muerto y tres van muy mal; de los siete árboles recientes, cuatro están para hacer leña, y uno, casi; de los l2 más nuevos, dos están ya secos, y tres, agostados. El método es lento, pero seguro. La fuerza del olivo parece que le salva.

Hay quien supone que con el tiempo los árboles muertos serán sustituidos por unos esbeltos obeliscos de puro cemento. Y así en otoño no habrá hojas muertas, que hacen tan sucio, digan lo que digan los poetas.

Es muy probable que, una vez vencidas las resistencias de los retrógrados, esta nueva tendencia del urbanismo, que podemos denominar, por sus frutos, como urbanismo de secano, tendrá una aceptación universal. Que así sea.

A. López Campillo es peatón.

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