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Tribuna
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Pan para hoy y hambre para mañana

La dificultad de competir para ocupar simultáneamente el Gobierno de la Nación y el Gobierno de Cataluña ha sido una constante en la vida política española desde que se constituyó el Estado de las Autonomías. El PSOE la experimentó incluso antes de acceder al poder. Cuando todo parecía indicar que el PSC-PSOE sería el partido ganador en las primeras elecciones autonómicas en el otoño de 1980, fue CiU quien acabó ganando. Es posible que si UCD no hubiera iniciado ya su proceso de descomposición cuando tales elecciones se celebraron y no se vislumbrara ya en ese momento que el PSOE iba a convertirse en poco tiempo en el partido de Gobierno de España, el resultado hubiera sido distinto. Pero eso es un futurible, del que no vale la pena ocuparse. La realidad es que el PSC-PSOE no supo competir en aquel momento y no ha sabido hacerlo tampoco mientras el PSOE ha ocupado el Gobierno de España.Nada tiene de extraño, por tanto, que el PP haya competido mal en estas primeras elecciones autonómicas catalanas tras ocupar el Gobierno de la Nación. Si el PSC-PSOE, con la implantación que tiene y con los resultados que obtiene en las elecciones generales y municipales, no ha sabido competir en las autonómicas hasta esta última, no puede extrañar que el PP no haya sabido hacerlo a la primera. Más bien habría que entender su resultado como algo normal, incluso lógico.

El problema para el PP no es, pues, el resultado electoral. El problema para el PP es que ha dimitido de su condición de partido político en Cataluña. Desde que los resultados de las elecciones de marzo de 1996 le obligaron a pactar con CiU, el PP ha dejado de ser un partido político en Cataluña. Concurre a las elecciones y, por inercia, obtiene algo menos del 10% de los sufragios.

Pero el que concurra a las elecciones y obtenga concejales y diputados no basta para que el PP pueda ser considerado un partido político en Cataluña. Un partido es, ante todo, el portador de un programa que se oferta a la sociedad. Sin programa se puede ocupar una determinada cuota de poder, pero no por mucho tiempo. El partido se convierte en un cascarón vacío, que no puede tardar mucho en empezar a desmoronarse.

Desde que la dirección del PP prescindió de Vidal Cuadras, el partido se ha quedado sin programa político que oriente su acción. No porque prescindiera de Vidal Cuadras, sino porque no ha sustituido lo que él representaba por algo distinto. Por eso es un partido completamente desorientado. El PP no ha sido capaz de pactar con CiU y mantener al mismo tiempo su identidad política y su oferta programática a la sociedad catalana.

Éste es un problema para el PP, pero también para el sistema político español. Cataluña es demasiado importante como para que un partido de Gobierno de España, y no hay más que dos, el PP y el PSOE, no opere como partido político en dicha comunidad. Quien gobierne o quiera gobernar en españa tiene que competir políticamente en Cataluña. No puede renunciar a confrontar su proyecto para Cataluña con el de los demás. Aunque sepa que dicho proyecto no tiene posibilidades de convertirse en mayoritario en dicha comunidad. Sin ello, ese partido está tocado para ser el Gobierno de la Nación.

La dirección del PP está haciendo, por tanto, una opción sumamente arrriesgada. En lo único que está pensando es en la ayuda de CiU para las próximas elecciones generales, sin haber calculado el coste que esa opción tiene para su presencia como partido en Cataluña. Está por ver que esa opción le vaya a dar resultado. A lo mejor no llega a ser siquiera pan para hoy. Pero lo que es seguro es que va a ser hambre para mañana.

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