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Contra los tópicos

JON KORTAZAR

La novela de Robert MacLiam Wilson Eureka Street publicada en la editorial Tusquets muestra algunas de las posibilidades del humor como terapia en una situación de claro enfrentamiento político: Eureka Street es una novela que muestra el amor-odio del autor a Belfast.

He oído tantas veces decir que los vascos necesitamos un poco del sentido del humor para enfrentarnos a esta situación histórica tan negra que nos ha tocado vivir que no puedo menos de recomendar esta novela como un remedo al menos del humor que nosotros no tenemos. Otra opinión que flota en el ambiente señala que el nacionalismo vasco debe mucho, demasiado, al nacionalismo irlandés, tanto como concepción, como en la creación de estrategias, en mimetismos varios. Bueno será que por un momento nos fijemos en un novelista que presenta un alegato contra los tópicos más usuales en los ambientes generales.

MacLiam llamó mi atención cuando leí una entrevista en que decía: "Todo el mundo parece pensar que todos los irlandeses somos del IRA, y eso no es cierto". Cuando parece pensarse que todos los vascos somos de ETA, resulta que tampoco es cierto.

Eureka Street cuenta la vida en Belfast de dos amigos, Chuckie Lurgan, protestante que vive en Eureka Street, y que terminará millonario gracias a conseguir financiación de los órganos oficiales para enloquecidos proyectos industriales y gracias a comerciar con todos los tópicos irlandeses (entre ellos bastones de elfos, que nos son sino ramitas recogidas en el bosque) y Jake, católico, que vive en Poetry Street. Ambos son amigos a pesar de -o gracias a- las diferencias políticas.

La distinta forma de pensar y vivir de los personajes se disecciona en capítulos que alternan la historia de Chucki -contada en tercera persona- con la de Jake. Aquél es un vivo, que consigue sus primeras libras por medio de un método picaresco. Ëste es un romántico. Lo mejor, y también lo más desequilibrado, de la novela proviene de su perspectiva sarcástica e irónica. Los personajes se mueven en un Belfast magistralmente descrito, en un ambiente de tensión extrema: "La gente siempre nos confundía con el IRA. Supongo que era fácil confundir a un grupo de machitos de mierda con otro".

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En un mundo donde el paro y la tensión política se confunden, MacLiam escribe una historia de amor a su ciudad: "Todas las historias son historias de amor". Pero no se olvida de ironizar sobre los tópicos nacionalistas más envolventes: la opinión sobre la necesidad de la lucha armada, la figura del poeta irlandés que busca a toda costa el Nobel y por eso es siempre políticamente correcto; la militante radical, las contradicciones de los etnicistas, la diferencia entre la vida y la ideología.

La vida paralela de los dos amigos, el que busca el dinero y el que busca un amor, se entrecruzan en una ciudad que sirve de fondo. Las historias de los dos amigos pueden verse como desequilibradas: de hecho, sólo desde la farsa se explica la historia de Chuckie, cuya figura recuerda a otros gordos de la literatura, desde Gargantúa al personaje de John Kennedy Toole en La conjura de los necios. También extraña la composición del personaje de Jake, un licenciado en Ciencias Políticas que trabaja de albañil. Pero esa vida desquiciada, que tan bien le va a la farsa, se ve teñida de tragedia.

McLiam no se muerde la lengua, y, desde luego, el capítulo más impresionante de la novela está en ese capítulo que refiere la explosión de una bomba que mata a gente inocente. Es el capítulo 11, cuyo carácter objetivo no olvida la fuerza del silencio, de lo que no puede decirse, del horror que aparece como forma de lo inexplicable. Esa especie de gran silencio recuerda un poema de Szymborska sobre el mismo tema.

Desde el humor al horror, el pasadizo secreto que se describe entre los dos sentimientos compone lo más recomendable de la novela Eureka Street de Robert McLiam.

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