El que pierde gana FRANCESC DE CARRERAS
Desde el punto de vista de la aritmética parlamentaria, Maragall ha perdido las elecciones. Que no le dé más vueltas: es la segunda minoría en número de diputados y la primera es CiU. Pero debe estar muy satisfecho de los resultados: ha sido, sin ninguna duda, el gran vencedor moral de la contienda. De nuevo, como tantas veces sucede en la vida cotidiana, se cumple aquella curiosa paradoja que daba título a una breve novela del gran Graham Greene: el que pierde gana. Que no le sepa a poco a Maragall no alcanzar, de forma inmediata, el gran objetivo de ser investido presidente. Porque el perdedor, el gran perdedor de fondo, es Jordi Pujol. Muy probablemente será el próximo presidente de la Generalitat, pero el resultado de las elecciones del domingo pasado conduce a Pujol hacia una más definitiva derrota. Finalmente se habrá cumplido la predicción que hace años le hizo Ramon Trias Fargas: "Irás de victoria en victoria hasta la derrota final".Maragall tenía dos vías para ganar a Pujol. Una vía consistía en intentar captar voto centrista, moderadamente catalanista, que había prestado su voto a Pujol desde los años ochenta con objeto de que frenara a una coalición socialista-comunista (PSC y PSUC) que en aquel entonces asustaba. La otra vía consistía en incitar a votar a un elector con un perfil bastante preciso, ubicado especialmente en la zona industrial de Barcelona, que tiende a abstenerse en las elecciones autonómicas. Lo óptimo era combinar ambas vías, pero la tarea, aunque posible, no era fácil. Maragall desechó la segunda vía y optó claramente por la primera: el contenido de sus mensajes básicos, la composición de Ciutadans pel Canvi, las espectaculares cenas con empresarios y profesionales, iban en esta dirección.
Sólo en el tramo final de su campaña hizo algún guiño en el sentido de intentar captar votantes por la otra vía. Pero conocedor de los riesgos de dar, al mismo tiempo, mensajes distintos, renunció a atraerse votantes tradicionalmente abstencionistas y confió en el aumento de voto socialista en las zonas industriales por el trasvase de voto de IC. El mensaje que transmitió Ribó a los suyos al integrarse en las listas de Girona, Lleida y Tarragona era desmovilizador en Barcelona: si lo más útil era votar Maragall, lo mejor era hacerlo directamente en la circunscripción de Barcelona. Así fue comprendido por sus seguidores y el aumento de voto socialista en el cinturón industrial de Barcelona es debido, fundamentalmente, al nuevo votante socialista procedente de Iniciativa, no al votante socialista en las generales que se abstiene en las autonómicas. Un examen, ciudad por ciudad, en toda esta zona lleva claramente a esa conclusión. Le queda, por tanto, al partido socialista una asignatura pendiente: recuperar en las autonómicas el voto socialista de las generales.
La vía escogida por Maragall era, sin duda, la más arriesgada: arrebatar votos a CiU en su mismo terreno. Al final, esta vía -más el trasvase del voto de IC- no ha sido suficiente para ganar, pero ha conseguido un excelente resultado, alcanzado además donde más le duele a Jordi Pujol porque era la base de su éxito electoral desde 1980.
En efecto, el votante de CiU tenía una doble procedencia. Por una parte, era un votante propio, identificado con el proyecto pujolista hasta el final, y por tanto nacionalista convencido; por otra, era un votante de ocasión, centrista, más catalanista que nacionalista, más roquista que pujolista, que prestaba su voto a Convergència dentro de unos límites. Las contradicciones de Pujol en los últimos años han traspasado estos límites y este votante se ha ido desencantando, no por el pacto con el PP o, antes con el PSOE, sino por los excesos de Pujol en el campo nacionalista (filosofía general de la Declaración de Barcelona, nueva ley de la lengua, importancia a un asunto banal como las selecciones deportivas catalanas, nueva dirección del partido con predominio de talibanes, defenestración de Roca, etcétera); por su mala gestión política, financiera y administrativa al frente del Gobierno de la Generalitat, y por último, pero cada vez más importante, por el aroma de corrupción e ineficacia que, según muchas versiones, desprende el entorno del presidente de la Generalitat.
Se acabó, pues, la época del voto prestado, el cual se ha trasladado a Maragall (en otras elecciones puede ir a parar al PP) o a la abstención. Este fin de época es lo que más debería preocuparle a Pujol ya que su margen de maniobra es en la actualidad muy estrecho: atrapado entre una militancia fiel que le pide más nacionalismo (y más clientelismo) y un voto que se le va, precisamente por eso, a Maragall o a la abstención, el futuro del pujolismo puede ser el de quedar en breve plazo reducido a sus estrictos términos: el sector nacionalista de sus votantes, disputado además con Esquerra Republicana. La espiral del descenso -que comenzó a ser visible entre 1992 y 1995- será imparable. Un empujón más y la Cataluña real habrá derrotado definitivamente a la Cataluña oficial que ha pretendido inventar en estos años Convergència. Pujol ha ganado en escaños parlamentarios, pero su porvenir no es otra cosa que un camino al final del cual quedará reducido a lo que ideológica y socialmente es y representa, pero no más allá como hasta ahora. Que no se inquiete Maragall ofreciendo propuestas imposibles antes de tiempo. El domingo pasado comenzó para él un triunfo que falta completar con alguna asignatura pendiente. Aquel día obtuvo una gran victoria moral. En poco tiempo alcanzará victorias más tangibles. Como vio el lúcido Graham Greene, en determinadas circunstancias el que pierde gana.
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