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El Planeta

Rosa Montero

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El reciente fallo del Planeta me ha hecho feliz: Espido Freire y Nativel Preciado son dos escritoras maravillosas. Felicito a la editorial, porque ha ganado mucho más el premio con las premiadas que viceversa. Pero en este galardón hay otras cosas que me hacen menos gracia. Eduardo Mendoza escribió hace años un divertido artículo en el que se quejaba de que su nombre sonara a menudo para el Planeta cuando en realidad no se había presentado, porque después tenía que soportar que el frutero y el quiosquero le ofrecieran sus más amables condolencias por haber perdido. Vaya, me dije, muy aliviada: incluso Mendoza, que es un hombre tranquilo y un pedazo de escritor indiscutible, se encabrita con esta estupidez repetitiva.Y es que a mí me sucede lo mismo. Hace tiempo, Lara padre me telefoneó para sugerirme que me presentara al Planeta, una invitación por otra parte perfectamente lícita. Decliné hacerlo pero le agradecí mucho la llamada, sin duda halagadora. Aquel año, curiosamente, mi nombre apareció en todas las quinielas como finalista del Planeta. Fue la primera vez. Desde entonces, y hace ya más de una década, salgo a relucir en todos los chismorreos previos a la final. En ocasiones es sólo una mención; en otras, un clamor, como ha sucedido este año. La verdad, vivir derrotas que no te corresponden te reconcome el ánimo: ya tiene una bastante con los fracasos propios.

De modo que se me llevan los demonios al verme aparecer una y otra vez como finalista, siendo mentira. Sí, ya sé, no es más que una herida en la vanidad, un rasguño en la honrilla, pero esa honrilla es mía y es humana, y resulta difícil no irritarse cuando el equívoco se repite tan a menudo: conmigo, con Almudena Grandes, con Mendoza. Un equívoco que, por otra parte, le viene tan de perlas al Planeta, que una no puede evitar la inquietante sospecha de que tal vez haya alguien poniendo el rumor en circulación. Tan harta estoy, que declaro formalmente que no me ha interesado nunca el Planeta y que jamás me presentaré. Sé que es una tontuna hacer proclamas solemnes sobre algo tan nimio, pero tal vez así no vuelvan a mentarme.

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