_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Carmen

En la política, como en la vida, hay engranajes que terminan por atascarse a causa de ciertos pelmazos. El PSOE (o lo que queda de él) es un buen ejemplo de esto. La vieja máquina de Pablo Iglesias, ideológicamente averiada por el terremoto de Felipe González, que la expurgó de Marx, la vendió a la OTAN, la puso en el camino trillado del neoliberalismo y la convirtió en un partido con lenguaje de izquierdas pero praxis de derechas, anda últimamente a la deriva. Necesita un nuevo motor.La peor maldición que puede caer sobre un movimiento de masas es un líder tan por encima de los demás que convierta a sus camaradas en enanitos. Felipe González ha sido alguien tan gigantesco que, incluso oficialmente alejado del poder, sigue obsesionando a las huestes socialistas, y ni siquiera Almunia, el aparente jefe actual, mueve un dedo antes de consultar con él.

Sin embargo, se quiera o no, el problema con Felipe es que los muchos años en la Moncloa, los escándalos que toleró y la duda que siempre planeará sobre su sombra en relación con el terrorismo de Estado, le quebraron el ala. Y encima ahora anda diciendo incongruencias sobre Pinochet y dando pie a que la derechona le atribuya que busca curarse en salud. Ojalá el futuro, al igual que ha sucedido con Willy Brandt, lo coloque en el sitio histórico que merece, pero por el momento es más un quebradero de cabeza que otra cosa. Lo grave en que en Ferraz todavía no se han enterado.

Y no es el único que sobra de su quinta en el PSOE. Resulta grotesco observar desde fuera cómo los barones que acompañaron a González durante la transición (la prehistoria) son capaces de renovar sin renovar nada, de apalancarse en sus cargos, de presumir sin vergüenza alguna de "opción de progreso" (¿quiere alguien explicarme lo que significa tal cosa en boca de esos burgueses?) y de hacer innumerables equilibrios para seguir calentando sus sillones endogámicos.

Si aplicamos todos estos comentarios a la realidad del País Valenciano, qué duda cabe de que el PSPV tiene un enorme problema sin resolver. Una vez apartados Lerma y Asunción de cualquier puesto verdaderamente decisivo, sólo queda aquí un dinosaurio de la vieja guardia capaz de seguir haciendo daño a la imagen del socialismo: Ciprià Ciscar, maestro de conspiradores y carcamal de la política. Este señor es nada menos que el número dos, después de Almunia, lo cual sería un buen chiste si no fuese por la trascendencia de lo que nos jugamos como colectividad.

Las elecciones catalanas del domingo pasado, con la ascensión imparable de Pascual Maragall, son quizá el mejor espejo al que el País Valenciano debería mirarse. Maragall es el futuro, Ciscar el pasado. Si no quiere irse, habrá que echarlo. Con él en su tripulación el PSPV-PSOE tiene un destino inmediato parecido al del Titanic.

¿Y quién queda en Valencia para recoger la antorcha e imitar el ejemplo catalán? Sin duda Carmen Alborch, la única persona válida y generosa que queda aún en el entorno socialista con una estatura lo suficientemente grande como para depositar en ella la esperanza. Es el único rayo de luz que alumbra en la actualidad a las fuerzas de nuestra izquierda. Yo quisiera que algún día, cuando Ciscar y sus muchachos pasen al baúl de los recuerdos, alguien con sentido común llame a su puerta.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_