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Nacionalismo y entropía (I)

IMANOL ZUBERO

Me ha llamado enormemente la atención una de las afirmaciones contenidas en el manifiesto de presentación de Ekin, la ultimísima plataforma nacida de la izquierda abertzale. La verdad es que lo de esta gente se parece cada vez más a la Pasarela Cibeles: es tan frenética la innovación organizativa que resulta imposible estar a la última moda. En pocos años se ha pasado del modelo hard de Oldartzen al estilo smart de Otegi, sustituido/complementado por el aire camp de Euskal Herritarrok, hasta llegar ahora la propuesta, aún no sabemos si será retro o será post, de Ekin. La gran diferencia está en las transparencias: mientras los diseñadores de ropa abusan tanto de ellas que sus vestidos se parecen cada vez más al inexistente traje nuevo del emperador, no hay cambio en la izquierda abertzale que no mantenga la opacidad necesaria para preservar de la luz el sancta sanctorum de sus intenciones y objetivos, condenándonos a todos a preguntarnos, por enésima vez, si el último cambio cambiará algo.

Pero bueno, me estoy desviando de mis propósitos y además estoy llenando la columna de molestas cursivas, así que vuelvo al comienzo. Decía que me ha llamado la atención una de las afirmaciones contenidas en el manifiesto de Ekin. Es aquella en la dicen que quieren "borrar cuanto antes la necesidad de ser abertzales, para ser exclusivamente vascos". Según esto, podría decirse que, en el fondo, no es nacionalista quien no tiene necesidad de serlo.

Es verdad que el nacionalismo político aparece asociado con momentos de invención, construcción, consolidación o defensa de una nación, mientras que la energía política del nacionalismo pierde funcionalidad en sociedades cuyo marco nacional se muestra estable. Es cierto que incluso en estas situaciones de estabilidad estatonacional se recurre al simbolismo nacionalista, pero es un simbolismo de papel cuché: es el caso del libro recientemente publicado sobre los símbolos de España (vano intento de promocionar himno y bandera entre una población sanamente descreída), o la elección de la modelo Laetitia Casta como nuevo símbolo de la República Francesa (una mujer diez, sin duda, pero cuyo nombre no deja de recordarme a aquel matrimonio romano de la película La vida de Brian formado por Pijus Magnificus e Incontinencia Suma; una broma, en fin). El caso es que quienes componen esa nueva plataforma, nacionalistas vascos, aspiran a dejar de serlo mediante el logro de los fines últimos del nacionalismo: la conformación de un Estado vasco independiente, socialista y euskaldun. ¿Puede ser hoy un objetivo movilizador? Dudo que lo sea para los propios nacionalistas.

Según la segunda ley de la termodinámica, la entropía de un sistema cerrado tenderá a aumentar, con el consiguiente aumento del desorden en el interior de dicho sistema. Aunque su energía total siga siendo la misma (por eso de que la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma), una parte cada vez mayor de esta energía se torna inservible para el mantenimiento del sistema en coordenadas de complejidad. Es como si hacemos hervir agua en un recipiente, la vertemos en un tazón y ponemos las manos alrededor de éste: una parte del calor se pierde en el aire, otra queda en el agua del tazón y otra pasa a las manos; aunque la cantidad total de calor pueda permanecer constante, una parte de ese calor se encuentra en una forma tan difusa que resulta imposible utilizarlo con propósitos útiles.

Ekin es el último indicador de un nacionalismo cada vez más cerrado sobre sí mismo. De un nacionalismo entrópico, que sólo sabe rebuscar en sus viejas maletas para vestirse con prendas que tal vez en otro tiempo fueran atractivas, pero que hoy se muestran ajadas. Puede que a pesar de movimientos como este se mantenga la cantidad total de la energía nacionalista (es decir, se mantenga el porcentaje global de voto nacionalista). Pero cada vez más cantidad de esta energía resultará imposible de aprovechar para cualquier propósito útil.

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