El ludópata
Hacía mucho tiempo que no veía al viejo compañero de colegio. Le encontré el otro día en la calle, lugar por donde voy mucho. Quizá no le hubiera reconocido a no ser por el gesto amistoso de tender la mano, que apreté con calor, porque en estas edades alcanzadas cualquier retazo del pasado suele ser bienvenido. Percibí en él desconcierto, que sustituyó por una media sonrisa de contento, mientras parecía circular por sus dedos una instantánea vibración. Aunque soy poco perspicaz para los detalles indumentarios de mis congéneres, me pareció raído su aspecto.Yo acababa de ofrecer las venas a la pericia de una enfermera con el fin de rastrear el perfil de mis lípidos, como asegura el volante que entregué, a cambio. O sea, estaba en la vía pública y en ayunas, así es que invité al encontrado camarada a desayunar café con churros, un extraordinario que me otorgo cuando acaban de sacarme sangre. No parecía muy adecuado traer a colación las lejanísimas circunstancias escolares, cosa que tengo observada, pues el color y el sabor de las rememoraciones infantiles apenas dan para algún leve comentario y unas contenidas risitas. El ¿cómo te va, querido, qué has hecho en este tiempo?, parece una encuesta de manual, muy prescindible, dado el escasísimo interés que se siente por las respuestas, pero eso fue lo que le dije. "Bien, bien, tirando, ¿sabes?". Yo no sabía nada, pero me dispuse a degustar el churro que, por cierto, ya no tiene el sabor, ni mucho menos, de aquellos que saboreábamos en las verbenas, ensartados en un junco.
Era tal día como hoy, lunes. Le noté abatido y, al mismo tiempo, nervioso, mientras mojaba con descaro el churro en el café. Sin haber hecho nada que lo justificase me abrió su corazón, lo que también considero otra falta de educación. "No sé cómo te va a tí-me dijo-. Espero que bien". "Bueno, no creas"-respondía ante la posibilidad de que me endilgase desdichas que no podría remediar. Eso es lo que hizo. "Mira, la verdad es que, desde hace unos años las cosas no pueden irme peor: divorcio, pensión alimenticia, ruina de mi negocio, que fue próspero, una jubilación miserable y la fatigosa ilusión de que mis males se remedian con dinero, bastante dinero. No solo para salir del paso. Cuando hace un momento nos hemos encontrado, no te reconocí y has tomado mi ademán como un saludo amistoso. Te tendía la mano para pedirte una limosna, no por necesidad de comer, que es lo que menos me preocupa". "Entonces...", aduje con cierto alivio, pues podría resultarme oneroso atender una solicitud de cierta entidad. Todo lo que sean más de cien duros (3,01 euros) cae fuera de mis posibilidades.
"Necesito cualquier cantidad para jugármela a las quinielas"-soltó sin reparos, mientras se limpiaba los labios con dos servilletas de papel y me miraba de frente. "Es la única posibilidad que tenemos los viejos de salir adelante, atender las necesidades de los hijos, los caprichos de los nietos y contemplar con cierto desahogo el corto futuro que nos aguarda. Creo que estos juegos deberían estar prohibidos a los menores de 60 años. Antes solo jugaba un par de décimos por Navidad y ahora no veo otra posibilidad de tener, no una fortuna, sino unos miles de pesetas, que la que pueda producir un boleto acertado. Me he convertido en un ludópata angustiado, que no disfruta con el juego, que limita sus aspiraciones a poco más que el reintegro. Empiezo a pensar que los premios gordos no le tocan nunca a nadie, porque resulta extraño que no se sepa dónde va a parar un bote de mil doscientos millones. Decía mi ex esposa que una mujer embarazada de ocho meses, un incendio en el campo, 90 prostitutas desembarcando en la playa de Formentor y mil millones, son cuatro cosas que no se pueden disimular". Se miró los zapatos, que había colocado en el travesaño de mi taburete y musitó: "Acabo de bajar el último escalón. La semana pasada rellené, por vez primera, una quiniela futbolística. No entiendo nada de ese espectáculo, nunca visité un estadio. Vengo del despacho de apuestas y mi absoluta ignorancia no ha sido recompensada. Tres aciertos entre las seis columnas. El encargado me ha preguntado, con curiosidad, cómo lo he hecho". Fue entonces cuando ví en él a un hermano, a un alma, a una suerte gemela".
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