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Los sucesos de Níjar

Las agresiones racistas a los inmigrantes de las pedanías de Níjar reavivan el debate ya ineludible sobre las crecientes divergencias existentes en España entre la ética ciudadana y el progreso económico y, en un plano más amplio, entre la mejora sectorial del nivel de vida en los Estados de la Unión Europea y la miseria de la mayoría de la humanidad, condenada a subsistir en condiciones precarias o emigrar, a veces con riesgos mortales, a fin de procurarse una vida digna.Los términos ya acuñados de Norte y Sur son mudables. En nuestra sociedad de nuevos ricos, nuevos libres y nuevos europeos, el cambio de estatus económico de gran parte de la población no se ha producido a la par del desenvolvimiento de una educación democrática y de una cultura moral. Algunos almerienses olvidan las miserias del pasado y parecen incluso vengarse de él. Tras ser tierra de emigrantes durante varias generaciones, la provincia se ha convertido, en virtud de un conjunto irrepetible de circunstancias, en un área de inmigración. Mientras los nuevos almerienses se conducen hoy, y aún con mayor dureza, como los autóctonos de los países a los que tradicionalmente emigraban, los inmigrantes que acampan en las pedanías de Níjar viven en un estado de desamparo y marginación que recuerda al de los viejos almerienses. Eso se veía venir desde hace algún tiempo y los sucesos de El Ejido y la explotación indignante de los magrebíes en el Campo de Cartagena daban la señal de alarma. Ahora el racismo asoma su sucia oreja en una tierra que aún siento mía. Y su musiquilla es la misma de siempre.

Los moros y subsaharianos necesarios en los invernaderos ofenden la vista y el olfato de la población local en cuanto salen de ellos. Nadie les alquila una casa: viven en chozas por las que pagan sumas desorbitadas, pero sin duchas ni agua corriente. En consecuencia, "son unos guarros". No se les admite en los bares: "No saben beber". Huyendo de sus chabolas y con el acceso a los locales públicos reservado a los nativos, andan siempre por la calle: "Merodean". Se les acusa así de presuntos robos aunque a veces sean ellos los despojados de sus ahorros por los heroicos justicieros. Nadie es racista, lo que pasa es que "no saben comportarse". Tampoco hay grupos neonazis: sólo "chavales del pueblo" (alguno en Porsche rojo) que responden a su manera al sentimiento general de inquietud ante el número creciente de moros y de negros.

"Honores hay que ofenden/ y vituperios que honran", escribía sagazmente un poeta satírico hace más de 500 años. Siempre me he sentido incómodo con los primeros y los he rehuido de forma casi sistemática. Cuando suscito la cólera de los biempensantes o soy declarado persona non grata sé que tengo razón. La propuesta de ser nombrado hijo adoptivo o doctor honoris causa de algún lugar o universidad me hace dudar de mí mismo. Al aceptar, a ruego de amigos almerienses, mi entronque moral con el municipio de Níjar lo hice así "no como algo meramente honorífico ni en términos de homenaje mundano [sino] como reconocimiento público de mi pertenencia moral y vital a un mundo" que, cuando lo descubrí hace 40 años, era el de un paisaje tan bello como huérfano y de una población cuya pobreza no tenía nada que envidiar a la que sufre el continente vecino.

Mi renuncia a la adopción honorífica por un pleno del Ayuntamiento de Níjar en el año 1984 -adopción hecha en respuesta a mi declaración previa de persona non grata por el alcalde franquista de la época en la que escribí mi libro- no debe interpretarse así como un desaire a aquél ni a la población que condena la atmósfera actual de caza al inmigrante y las violencias racistas. Es una simple llamada de atención a la opinión pública de la provincia y de toda España ante el chovinismo y xenofobia indignos de nuestra pertenencia a Europa. Seamos europeos de verdad en nuestra asunción serena de los valores de la sociedad plural del siglo que se avecina y no, como hoy, un remedo de ellos en la arrogancia y el desprecio a quienes encarnan un pasado cercano, demasiado cercano, y se convierten así en el espejo incómodo de nuestras propias vidas.

Juan Goytisolo es escritor.

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