La vida bajo las bombas rusas
Los habitantes de la ciudad chechena de Chornokosovo viven atemorizados y encerrados en sótanos
Viven como topos, o como los primeros cristianos en las catacumbas de Roma, encerrados en sótanos la mayor parte del día y de la noche, en camastros que se trasladaron allí apenas comenzaron los bombardeos rusos.Se iluminan con quinqués de aceite, incluso cocinan allá abajo y cuidan a sus enfermos, como una anciana tuberculosa, Borisa Lianova, que jadea entrecortadamente.
Y ni siquiera son chechenos. Son rusos humildes, vecinos de Chornokosovo, que tal vez no huyeron como el resto de la población porque ignoraban que su origen étnico no les protegería de las bombas.
Ahora no saben qué hacer, pero tienen claro que el Ejército que está a escasos kilómetros ya no es su Ejército, sino el enemigo que les obliga a vivir como ratas y que de vez en cuando les mata a un hijo o a un vecino.
"Aquí sólo quedamos ancianos, mujeres y niños, y sin embargo, no dejan de bombardearnos. La última bomba cayó esta madrugada". Iván Guguinski no puede entender por qué les atacan. "En este lugar no hay guerrilleros, ni soldados, sólo gente pobre que apenas si tiene para comer. Esto es una vergüenza para Rusia".
Si pueden, los últimos de Chornokosovo seguirán las huellas de la mayoría de los habitantes de Naurskaya y otras poblaciones de la zona: la huida hacia el río Terek. En la orilla del río, se agolpan los refugiados con lo poco que han podido salvar: hatillos improvisados con comida o ropa, carricoches con enseres, incluso unas decenas de gansos. Por doquier se oye la misma historia: una bomba destruyó una casa, o mató a un vecino. O a nadie, pero quien sabe lo que ocurrirá hoy. O mañana.
Se trata de salvar lo único que ya les queda por salvar: la vida. Por el bosque, caminan acarreando bultos o subidos en camiones. En la orilla, tienen que esperar hasta más de un día.
Cruzan en una barca metálica arrastrada a lo largo de unos cables que cruzan el río. Un transporte precario, tambaleante, peligroso, aunque lo será más para los combatientes chechenos si se ven obligados a replegarse.
Hay quien utiliza otro medio más peligroso aún: una tubería que atraviesa el río a unos ocho metros de altura. Fatima, que aparenta más de 60 años, reza mientras vuelve a buscar a su hija, que se quedó atrás: "En el nombre de Alá, todo misericordioso..."
Ella es chechena, pero aquí hay también muchos rusos, que aseguran que no por serlo tuvieron nunca problemas en la república independentista, y que hablan maravillas de su convivencia con los chechenos.
Como Sveta Ruskaya, economista, o como Gala, una profesora, que hace tres años que no cobra su sueldo, o como Alexandra Minayeva, que ha conseguido salvar a sus hijos pero que tuvo que abandonar y dejar atrás a un marido paralítico.
Es una limpieza étnica a bombazo limpio. Si los rusos consolidan una franja de seguridad al norte del río Terek, no habrá muchos chechenos a los que gobernar, ni siquiera rusos, al menos en esta zona noroeste del país.
La mayoría han huido, y sólo volverán, si acaso, cuando se decida la suerte de la guerra. El éxodo facilita la eventual partición de la república caucásica.
El siguiente paso sería, según algunos analistas consultados, la "devolución" de la zona a otras regiones rusas supuestamente expoliadas en favor de Chechenia en los tiempos soviéticos.
"¿Parecemos bandidos o terroristas?", grita una mujer de unos cuarenta años, a la que todo lo que queda en la vida es una bolsa de plástico con algo de comida. "Aquí, el único bandido es Yeltsin".
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