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Reportaje:

La dura lucha por el voto ajeno

Enric González

Cinco millones de electores, de los que sólo 3,2 millones se molestaron en votar en las pasadas autonómicas. Ni mucho, ni poco: eso es lo que hay. Para ganar, los dos grandes candidatos parecen dispuestos a trabajarse cada una de las papeletas y a pisarle al rival todos los votos posibles. Si Pasqual Maragall trata de conectar con los empresarios, Jordi Pujol pronuncia discursos en castellano: uno y otro tratan de asegurar con una mano el electorado que consideran propio, y alargan la otra mano hacia el elector presuntamente ajeno.A veces, los candidatos parecen bailar en corro sobre un baldosín diminuto. Como el pasado domingo, por ejemplo, en que por alguna razón todos salieron a buscar al mismo votante: uno que no suele hablar catalán en la intimidad y vive sin excesivos lujos en un barrio popular de una localidad cercana a Barcelona.

Jordi Pujol trató de hallarlo en Sant Feliu de Llobregat, una población donde tradicionalmente son mayoría los socialistas. Pujol habló en castellano, "por deferencia", y no se entretuvo en referirse a las esencias patrióticas. Convenía obtener la máxima autonomía, vino a decir, para que la Generalitat pudiera hacer esas obras públicas tan necesarias en la zona, y pidió el voto para CiU para evitar que el PP le hiciera "pasar por el aro". O sea: bilingüismo, inversiones y rechazo al PP.

Pasqual Maragall salió a buscar el mismo voto que Pujol, pero en Mataró, una población donde gana CiU. ¿Qué dijo el candidato socialista? Que "el castellano es también un patrimonio de los catalanes".

El resultado del pulso entre Pujol y Maragall dependerá, en gran medida, de lo que haga ese elector que vive cerca de Barcelona o Tarragona, en un barrio que por razones misteriosas suele denominarse dormitorio y no residencial, y que tiende a expresarse en castellano. Ahí está, al parecer, la mágica llave de los más de 500.000 votos que no llegan a las urnas autonómicas.

Y si no los 500.000 al completo, los que caigan: puestos a pasar el rastrillo, el democristiano Josep Antoni Duran Lleida, el número ocho más potente de todos los tiempos, acudió el 7 de septiembre al barrio barcelonés de La Mina a pedir el voto gitano para la coalición nacionalista. El beau geste de Duran al querer convertir a los gitanos a la fe nacionalista (de donde sea) fue comparable al de Josep Lluís Carod, el líder de ERC, al ofrecer su izquierdismo pata negra y su nacionalismo pata negra a los socios del Círculo Ecuestre.

La busca del díscolo voto bilingüe, o castellanohablante, no empece la búsqueda de otros votos. Maragall consiguió la síntesis casi total cuando en un arrebato se ciñó la barretina y bailó una sardana en Can Zam (Santa Coloma de Gramenet), paraje emblemático de la Feria de Abril de los andaluces-catalanes. Para paladares más clásicos, Maragall utiliza como música de campaña El ball de la Civada, lo cual no impide que Duran Lleida le acuse de buscar "el voto del sector más anticatalanista del PP", para acusarle poco después de "copiar las ideas de CiU", justo el día en que Josep Curto, del PP, propuso "un frente CiU-PP" para el caso de que Maragall ganara las elecciones. Un lío.

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¿Pujol quiere los votos del cinturón, que normalmente deberían encauzarse hacia Maragall? Pues Maragall corteja los votos del empresariado, que, se supone, deberían sentir querencia por Pujol. Además de las celebérrimas cenas a 100.000 pesetas, con las que el candidato del cambio se ha acercado a los patronos y ha sacado de paso un dinerito, Maragall ha celebrado actos más íntimos con el empresariado. Por ejemplo, la cena del 10 de septiembre en Llavaneres, en casa de Antoni Negre, donde departió con 40 representantes del mundillo empresarial. En ese terreno, el aspirante socialista parece haberse abierto un nicho en el Círculo de Economía -casi terreno propio- y en la Cámara de Comercio, mientras Pujol impera en Fomento, la augusta patronal que ya en 1980 se batió el cobre, quién iba a decirlo, por el candidato nacionalista.

Maragall y Pujol se dan pisotones en todas partes. El socialista, por ejemplo, propone un parque temático "de cultura, ocio y medio ambiente" en el Empordà; Pujol anuncia inmediatamente que está en tratos con un misterioso grupo inversor que quiere instalar un nuevo parque temático en Tarragona.

Otro ejemplo. Uno de los ejes de la campaña de Maragall es la autonomía municipal. Y Pujol, que solía echar mano de la mayoría parlamentaria cuando oía hablar de autonomía de los ayuntamientos, asegura ahora que su objetivo es desarrollar también una intensa política municipal.

La pelea por los mismos espacios acaba a veces en encontronazo. Como el de ayer en Sant Adrià: Pujol y Maragall tuvieron que esquivarse, con un ágil golpe de cintura, para no acabar haciendo campaña a dos voces.

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