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ELECCIONES EN AUSTRIA

Rebelión racista en Austria

El populista y xenófobo Haider ha conseguido un público heterogéneo con una nueva imagen de modernidad

ENVIADO ESPECIALEn los tenderetes donde se reparte propaganda electoral y en los buzones de las casas se repartieron estos días papeles satinados que reproducen cheques al portador, expedidos por el Partido Liberal de Austria (FPOE) de Jörg Haider con fecha 1 de enero del 2000. El cheque, por un importe de 5.700 chelines mensuales (unas 75.000 pesetas), está destinado a cada madre con un hijo de hasta seis años. Por cada hijo a partir del primero, las madres austriacas podrán percibir además, según el programa del FPÖE, 37.500 pesetas al mes.

El cheque de los niños es sólo uno de los 10 puntos del ambicioso programa electoral de Haider, presentado como un catálogo de ofertas para todos los públicos: extremistas xenófobos y ultraderechistas; jóvenes emprendedores; los excluidos de la modernidad y los empresarios innovadores, deseosos de una liberalización económica, de una Austria menos burocrática, hartos de un sistema político donde medran los funcionarios y donde las cámaras patronales y obreras ponen trabas a la libre iniciativa. Haider busca y cosecha votos entre los austriacos movidos por miedos atávicos racistas, y otros concretos ante la presencia de escuelas con un número elevado de niños extranjeros.

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Pero reducir al FPOE al único calificativo de ultraderechista sería una simplificación, que no explica el crecimiento de los liberales bajo el liderazgo de Jörg Haider, un doctor en derecho de 50 años, que ha conseguido la presidencia del Gobierno de Carintia, ha llevado al FPOE desde un 5% en 1986 a casi un 22% en 1995 y amenaza con convertirse en la segunda fuerza política en las elecciones legislativas de hoy en Austria, según los sondeos.

No cabe duda de la componente ultraderechista, racista y xenófoba en la ideología de Haider y su FPOE. No obstante, al mismo tiempo, el flamante jefe de Gobierno de Carintia ha conseguido esta vez dar a su partido un toque de modernidad frente a las anquilosadas estructuras del entramado estatal austriaco. Con un programa electoral similar a la venta por catálogo de unos grandes almacenes, con ofertas para todos los gustos, Haider y su FPOE han logrado presentarse al electorado como paladines de los débiles frente a los ricos y poderosos y también como un partido capaz de dar desde el poder un impulso modernizador a Austria. Haider, que en las anteriores elecciones se presentaba como una especie de paladín de los perdedores de la modernización, ha logrado esta vez conservar ese carácter, pero al mismo tiempo abrir brecha entre los sectores que la reclaman. Este excelente demagogo, que lleva más de 40 campañas electorales sobre sus espaldas y no abandona un mitin antes de haber satisfecho hasta la última solicitud de autógrafos, ha aportado en esta ocasión elementos nuevos que podrían aumentar su progresión hasta más allá de la cuarta parte de votantes.

El propio Haider no se presenta como cabeza de lista, sino Thomas Prinzhorn, un empresario de la industria del papel, multimillonario de 56 años. Con la presencia de Prinzhorn mata Haider varios pájaros de un tiro: se mantiene en un cierto segundo plano y da un aspecto más respetable a su FPOE ante los sectores empresariales y aquellos que le ven como un ultraderechista peligroso; podría dejar al empresario como representante si se llega a negociar una coalición de Gobierno y los socios no lo aceptasen a él, que podría mover los hilos desde Carintia. Y, en caso necesario, Haider podría cargar sobre el multimillonario las culpas de un posible fracaso electoral y evitar que le salpique. Prinzhorn ha salido un discípulo aventajado y supera al propio Haider en algunas opiniones de tinte racista y xenófobo. En una entrevista con un periódico, Prinzhorn criticó que se paguen tratamientos con hormonas a las mujeres de extranjeros solicitantes de asilo político, para que tengan más hijos, mientras a las austriacas se les niegan fondos de ayuda social.

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A este conglomerado de ofertas se añaden las tradicionales posiciones xenófobas y racistas, en las que Haider no necesita insistir. Su público ya las conoce de sobra y de recordarlas se encarga su entorno. En uno de sus últimos mítines de campaña el viernes al mediodía, en un barrio obrero, al final de una línea de metro y a la entrada de un centro comercial, Haider, que habla el último tras el cabeza de lista Prinzhorn, apenas sacó a relucir sus recursos demagógicos y se mostró como estadista. Tan sólo hizo un chiste sobre la ayuda al desarrollo, para financiar "cárceles en Ruanda", o mandar dinero a Rusia, "para ayudar a Yeltsin a renovar sus reservas de vodka". El público le agradece sus bromas, le venera y lo saluda como a una estrella del rock. No falta quien le define como una especie de Mike Jagger de la política. Viste sin corbata, con una camisa negra, que deja entrever una tira blanca de una camiseta debajo. Algún experto en semiótica ha llegado a afirmar estos días que esa tira blanca provoca la asociación con los alzacuellos de los sacerdotes y se trata de un mensaje subliminal en un país católico como Austria.

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